miércoles, 4 de febrero de 2015

PARTE 1. CAPÍTULO 1. "Todo"



La gente dice que la vida son dos días.
Encima uno de ellos lo pasas durmiendo. Por esa regla de tres, sólo nos quedaría un día para vivir.
Es imposible vivir toda una vida en un solo día. Pero he llegado a la conclusión de que no tienes un solo día. Tienes dos. Aunque pases uno durmiendo, soñar es vivir.
¿Qué es la vida si no un sueño? Por eso, no me importaría quedarme los dos días soñando, puedo soñar lo que quiera, en cambio, la vida no es un juego donde pueda elegir o donde pueda rehacer lo hecho. Si algo me ha enseñado la vida, es que tengo que vivir hasta el último segundo de ella, porque una vez acabada no hay vuelta atrás y todo lo vivido, todo lo soñado, se quedará en el olvido.

Olvido.
El olvido es un hecho inevitable, todos lo sabemos. Habrá algún momento, dentro de cientos y miles de años o incluso mañana, en el que el ser humano quedará totalmente en el olvido de la soledad, entonces no habrá nadie que recuerde a personajes históricos y mucho menos, nadie nos recordará a nosotros.
Por otro lado, todo el mundo teme a la muerte, ¿Quién no teme dejar de existir? A lo que verdaderamente deberíamos temer es al olvido, porque eso significaría el fin de nuestra existencia.
Pero claro, ¿Quién soy yo para decir lo que la gente debería temer? El miedo es subjetivo. Y también es inevitable.
Mientras sigo debatiendo mis teorías filosóficas en mi interior, mi exterior sigue igual que hace aproximadamente tres meses. Sigo tumbada en la misma cama que hace más de un mes y medio, sigo con la misma ropa de hace dos semanas y sigo con el mismo picor en la parte superior de la espalda de hace dos horas. Mi coeficiente intelectual está dentro de la media como para saber que si me pica algo, me rasco, el problema es que mi cuerpo es el que tiene un coeficiente intelectual muy por debajo de la media, lo que significa que no hace nada, y cuando digo nada, es nada.
Soy una chica de diecisiete años en coma. Llevo más de dos meses sin salir del hospital de Indianápolis. Sin salir de estas cuatro paredes. Sin poder disfrutar de mi vida adolescente.
No es una historia muy complicada, ni siquiera hubo muchos heridos, la peor parada fui yo. Íbamos de camino a una fiesta.
Tenía los nervios a flor de pié, no me podía creer que Mark nos hubiera invitado a su grandiosa fiesta. Estaba segura de que tenía todo preparado, de todos modos, volví a revisar el bolso: pintalabios, rímel, móvil, llaves de casa, dinero y carnet de identidad.
-¿Nerviosa?-me dijo Hayley mientras entraba por la parte trasera del coche.
Me volví hacia ella. Iba deslumbrante. Su pelo castaño claro a rizos caía como cascadas hasta su cintura, llevaba un vestido azul y plateado que hacía que pareciera una pequeña princesa y sus zapatos... en fin, eran los mejores que había visto en mi vida. Me estaba arrepintiendo de haberle hecho caso a mi madre y haber escogido el vestido blanco de la tienda de la esquina.
-Bastante.-le susurré mientras reíamos juntas.
Daren, que estaba al volante y a mi lado, buscó mi mano con la suya y las entrelazó. Me volví para mirarle y me encontré con sus perfectos ojos verdes ya posados en mí. Le sonreí y él imitó mi gesto.
El último en entrar en el coche fue Steven, el novio de Hayley, que iba tan deslumbrante como ella. Eran la pareja perfecta, como Barbie y Ken. Daren y yo éramos también novios, sólo que no éramos "la pareja perfecta", no porque no fuéramos tan perfectos como Hayley y Steven, ni porque discutiéramos casi todo el rato, no, simplemente no lo éramos. Aún así, él me quería y yo a él, eso era lo importante ¿no?
-¿Estáis ya todos listos?-preguntó Daren.
-Sí.-contestaron Hayley y Steven al unísono.
-¿Cinturones?-pregunté yo.
-¡Qué pesada Alex, vámonos ya!-dijo Hayley riéndose de nuevo.
Daren puso en marcha el coche y empezó a conducir hacia el local donde se iba a celebrar la fiesta.
-Daren, tío, ve primero a la tienda "Veinticuatro horas" para comprar la bebida, que allí si no tienes dieciocho años no te venden el alcohol.-dijo Steven.
Daren asintió sin decir nada y se dirigió hacia la pequeña tienda situada entre dos gasolineras.
Llegamos al aparcamiento de la pequeña tienda, eran las diez de la noche y todo estaba desértico. Las farolas alumbraban varios coches que parecían estar abandonados. A pesar de la época en la que estábamos, había una neblina que no te permitía ver más a allá de cierta distancia. Se me pusieron los vellos en punta e intenté calentarme un poco frotándome los brazos con las palmas de mis manos.
-Quedaros en el coche si queréis, Steven y yo iremos a comprar las cosas.-nos informó Daren.
-Hayley, ¿Qué quieres para beber?-le preguntó Steven acercándose a ella.
Daren se giró hacia mí y me puso su fría mano en mi hombro.
-Alex, ¿Te gusta el vodka?-me preguntó Daren.
-No creo que beba hoy, mañana tengo que estudiar para uno de mis exámenes finales y necesito estar concentra…
Daren me tapó la boca con sus suaves labios. Sabía que los estudios eran muy importantes para mí, así que nunca rechistaba cuando me negaba a beber o simplemente me negaba a salir.
-No pasa nada.-me dijo con sus labios aún en los míos.
Se apartó un poco de mí y me puso un mechón de pelo detrás de la oreja.
-¡Volvemos en un minuto!-dijo Steven mientras se bajaba del coche.
-Ahora vuelvo.-me dijo Daren dándome un último beso en la mejilla.
Hayley y yo nos quedamos solas en el coche. Miré por la ventanilla mientras se dirigían hacia la tienda. Cuando estuvieron fuera del alcance de mi vista, alargué mi mano para coger el móvil del bolso y revisé si tenía algún mensaje de mi madre.
-Esto... Alex-me interrumpió Hayley.-tengo que contarte algo.
-Dime,-dije volviéndome hacia ella con cara de preocupación, pero ella no parecía preocupada, más bien avergonzada.-¿Qué pasa?
-Es que... no sé cómo decirlo...
Hayley empezó a morderse el labio superior como solía hacer.
-¡Sólo dilo!-dije riéndome.
Empezó a ruborizarse demasiado, la cara le iba a estallar. Abrió la boca para decirme algo pero volvió a cerrarla, llevándose las manos a las mejillas y tapándose los ojos.
-No soy virgen-dijo en un susurro.
Me quedé rígida de pies a cabeza.
-Espera, ¿Qué?-inquirí abriendo la boca de par en par. La risa empezó a salirme sola.
-¡No te rías!
-¡Hayley!-dije riéndome aún más fuerte-¡Eso es…Fantástico! Pero, ¿Cómo…? Quiero decir, ¿Cuándo…-las carcajadas salían solas a la vez que mi intriga aumentaba cada vez más.
-Tranqui, Alex-me dijo riéndose ella también- Te lo contaré to…-dejó la frase a mitad y la sonrisa se le borró de la cara.
-Mira.-dijo Hayley posando sus ojos sobre algo que estaba afuera de mi alcance.
Hayley alargó su mano para señalar algo procedente de fuera del coche. Giré la cabeza haciendo que el pelo se me viniera a la cara y divisé dos hombres encapuchados, que se bajaban de uno de los coches abandonados del aparcamiento, y se dirigían hacia a la pequeña tienda de la gasolinera. La sangre huyó de mi rostro. Hayley y yo nos quedamos mirando a aquellos hombres sin saber qué hacer ni qué decir. Las manos me temblaban acompañadas de un sudor frío que me empezaba a recorrer la nuca, empecé a rebuscar mi bolso en busca del móvil.
-Avisa a Steven.-le dije a Hayley con voz ronca por culpa del nudo que tenía en la garganta, pero no obtuve respuesta de ella.
Levante la cabeza para dirigirme de nuevo hacia ella. Estaba pálida, petrificada y seguía observando a aquellos dos hombres.
-Van armados.-me dijo con un susurro sin quitar la vista de ellos.
Los temblores de mis manos no cesaban, al revés, iban aumentando cada vez más hasta el punto de no poder controlarlas. Aún así, seguía buscando el móvil por todos los bolsillos del bolso. Abriendo y cerrando cremalleras.
-Joder, Hayley, cálmate, todo va a estar bien.-dije, ni siquiera me creía mis propias palabras. Mis manos seguían buscando el móvil. Noté algo húmedo caer por mis mejillas. Lágrimas del propio pánico.
-¡Tenemos que hacer algo!-dijo Hayley casi gritando. Se estaba poniendo histérica y eso no me ayudaba. Mi mano por fin se topó con el móvil. Lo agarré con ambas manos y empecé a marcar el número de Daren.
Un sordo y fuerte sonido hizo que me móvil se me resbalara de las manos, golpeándose con el salpicadero y cayendo al suelo. Un grito ahogado salió de mi garganta. El grito de Hayley hizo que me sobresaltara aún más.
-Un disparo.-dijo Hayley de nuevo susurrando. Las lágrimas no se contuvieron más y Hayley empezó a derramarlas una a una.
Me quité el cinturón de un tirón y me arrojé al suelo para coger de nuevo mi móvil. Esta vez conseguí marcar el número entero y me llevé el teléfono a la oreja. Tras varios segundos comunicando, una voz sonó por la otra línea.
-Alex-la voz de Daren sonaba alarmada, pero no herida.-tenéis que llamar a la policía, tenéis que salir de- otro estallido hizo que diera un salto en el asiento del coche, y junto a él, se hoyó un fuerte grito, pero esta vez no procedía de mi garganta ni de la de Hayley. Procedía de Steven. Silencio.
-¡Daren!-grité. La llamada se cortó. Me despegué el móvil de la oreja y volví a marcar rápidamente el número de Daren, pero tras varios segundos, el contestador saltó.
-Mierda.-susurré.
-¿Qué ha pasado? ¡¿A quién han disparado?!-preguntó Hayley con la voz más elevada de lo normal-¡Steven no me contesta las llamadas! ¡Joder, Alex!
Me quedé mirándola sin saber siquiera qué decir, mis lágrimas tampoco aguantaban más. Hayley me sacudió los hombros.
-¡Alex!-me chilló.
-Steven.-fue lo único que pude decir entre sollozos y lágrimas.
Hayley no dijo nada, ni una palabra. Se quitó su cinturón y se arrojó hacia la puerta del coche, la abrió y salió corriendo.
-¡Steven! ¡Steven!-empezó a gritar a pulmón abierto.
-¡¿Qué haces?!¡No!¡Vuelve!-le chillé a Hayley mientras ella hacía caso omiso y seguía dirigiéndose hacia aquella pequeña tienda.
Abrí mi puerta y salí tras ella para detenerla. El tacón se atascó en el sillón, tiré de mi pierna y el zapato se partió en dos.
Hayley seguía avanzando hacia la tienda mientras gritaba el nombre de su novio.
-¡Para!-grité lo más fuerte que pude-¡Vas a hacer que te maten!
Hayley no se detenía, al contrario, cada vez corría más y más.
Otro disparo.
La pared de cristal estalló, haciendo que miles de cristales fueran directos hacia nosotras. Me tiré al suelo e intenté cubrir mi cuerpo con ambos brazos. Noté como varios cristales penetraban en la piel de mis brazos y piernas. Abrí los ojos y vi a Hayley tirada en el suelo también.
Levanté la cabeza y traté de arrastrarme hacia ella.
-¡Hayley!
No hubo respuesta.
Me levanté del suelo temblando, mis piernas no aguantaban mi peso y mi vista se nublaba por momentos. Noté un pequeño pinchazo en mi brazo izquierdo. Un cristal había impactado en él y la sangre oscura salía poco a poco del borde. Ignoré el dolor y el mareo. Me acerqué a Hayley lo más rápido que pude y me agaché al lado de ella. Escuchaba su respiración entrecortada.
-Estoy…-dijo con voz ronca mientras tosía- bien.
Vi como tenía los brazos salpicados con pequeñas gotitas de sangre debido a los cristales. Le observé la pierna y un trozo de cristal se había incrustado en ella, haciendo que emanara una gran cantidad de sangre por el corte. Estaba muchísimo peor que mi brazo.
-¡Dios, Hayley! ¿Te duele?-le pregunte mientras le prestaba más atención a su pierna. Hice una mueca de dolor al sentir una punzada y me llevé la mano al costado para intentar calmarla. La mano llena de sangre manchó el lateral del vestido, cosa que ignoré ya que nada de eso importaba en esos momentos.
Así que arranqué un trozo de gasa del vestido y rodeé con él la pierna de Hayley tratando de hacer un torniquete al igual que lo había visto hacer anteriormente en las películas.
-¿Te duele mucho?-pregunté casi sin aliento. Odiaba la sangre.
Hayley negó con la cabeza.
-¿Desde cuándo sabes primeros auxilios?-preguntó haciendo una mueca entre dolor y sonrisa.
-Desde que empecé a ver “Perdidos”-dije sonriendo yo también.- ¿Sabes? Si Jack sabe hacer un torniquete, yo también puedo.
Las dos reímos sin ganas.
De repente los hombres encapuchados salieron con varias bolsas de plástico llenas de dinero y productos de la tienda. Llevaban aún las pistolas en las manos, preparados para usarlas si hacíamos algún movimiento inapropiado.
Hayley y yo seguíamos sentadas en el suelo, en medio de la calle, sin saber qué hacer. El corazón me palpitaba tan fuerte que hasta dolía.
Uno de los hombres se volvió hacia nosotras. Y levantó la mano con la pistola.
Empezó a pitarme los oídos de tal manera que ni siquiera escuché el disparo. Sólo supe que había disparado porque me dolió.
Miré a Hayley, que me miraba con cara horrorizada y volví la vista hacia dónde sabía que algo había impactado en mí. Un pequeño y perfecto agujero se había creado en la parte derecha de mi pecho, de donde se derramaba, sin cesar, una cascada de sangre. Cerré los ojos.

-¡Alex!-fue lo último que escuché.

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