La
gente dice que la vida son dos días.
Encima
uno de ellos lo pasas durmiendo. Por esa regla de tres, sólo nos
quedaría un día para vivir.
Es
imposible vivir toda una vida en un solo día. Pero he llegado a la
conclusión de que no tienes un solo día. Tienes dos. Aunque pases
uno durmiendo, soñar es vivir.
¿Qué
es la vida si no un sueño? Por eso, no me importaría quedarme los
dos días soñando, puedo soñar lo que quiera, en cambio, la vida no
es un juego donde pueda elegir o donde pueda rehacer lo hecho. Si
algo me ha enseñado la vida, es que tengo que vivir hasta el último
segundo de ella, porque una vez acabada no hay vuelta atrás y todo
lo vivido, todo lo soñado, se quedará en el olvido.
Olvido.
El
olvido es un hecho inevitable, todos lo sabemos. Habrá algún
momento, dentro de cientos y miles de años o incluso mañana, en el
que el ser humano quedará totalmente en el olvido de la soledad,
entonces no habrá nadie que recuerde a personajes históricos y
mucho menos, nadie nos recordará a nosotros.
Por
otro lado, todo el mundo teme a la muerte, ¿Quién no teme dejar de
existir? A lo que verdaderamente deberíamos temer es al olvido,
porque eso significaría el fin de nuestra existencia.
Pero
claro, ¿Quién soy yo para decir lo que la gente debería temer? El
miedo es subjetivo. Y también es inevitable.
Mientras
sigo debatiendo mis teorías filosóficas en mi interior, mi exterior
sigue igual que hace aproximadamente tres meses. Sigo tumbada en la
misma cama que hace más de un mes y medio, sigo con la misma ropa de
hace dos semanas y sigo con el mismo picor en la parte superior de la
espalda de hace dos horas. Mi coeficiente intelectual está dentro de
la media como para saber que si me pica algo, me rasco, el problema
es que mi cuerpo es el que tiene un coeficiente intelectual muy por
debajo de la media, lo que significa que no hace nada, y cuando digo
nada, es nada.
Soy
una chica de diecisiete años en coma. Llevo más de dos meses sin
salir del hospital de Indianápolis. Sin salir de estas cuatro
paredes. Sin poder disfrutar de mi vida adolescente.
No
es una historia muy complicada, ni siquiera hubo muchos heridos, la
peor parada fui yo. Íbamos de camino a una fiesta.
Tenía
los nervios a flor de pié, no me podía creer que Mark nos hubiera
invitado a su grandiosa fiesta. Estaba segura de que tenía todo
preparado, de todos modos, volví a revisar el bolso: pintalabios,
rímel, móvil, llaves de casa, dinero y carnet de identidad.
-¿Nerviosa?-me
dijo Hayley mientras entraba por la parte trasera del coche.
Me
volví hacia ella. Iba deslumbrante. Su pelo castaño claro a rizos
caía como cascadas hasta su cintura, llevaba un vestido azul y
plateado que hacía que pareciera una pequeña princesa y sus
zapatos... en fin, eran los mejores que había visto en mi vida. Me
estaba arrepintiendo de haberle hecho caso a mi madre y haber
escogido el vestido blanco de la tienda de la esquina.
-Bastante.-le
susurré mientras reíamos juntas.
Daren,
que estaba al volante y a mi lado, buscó mi mano con la suya y las
entrelazó. Me volví para mirarle y me encontré con sus perfectos
ojos verdes ya posados en mí. Le sonreí y él imitó mi gesto.
El
último en entrar en el coche fue Steven, el novio de Hayley, que iba
tan deslumbrante como ella. Eran la pareja perfecta, como Barbie y
Ken. Daren y yo éramos también novios, sólo que no éramos "la
pareja perfecta", no porque no fuéramos tan perfectos como
Hayley y Steven, ni porque discutiéramos casi todo el rato, no,
simplemente no lo éramos. Aún así, él me quería y yo a él, eso
era lo importante ¿no?
-¿Estáis
ya todos listos?-preguntó Daren.
-Sí.-contestaron
Hayley y Steven al unísono.
-¿Cinturones?-pregunté
yo.
-¡Qué
pesada Alex, vámonos ya!-dijo Hayley riéndose de nuevo.
Daren
puso en marcha el coche y empezó a conducir hacia el local donde se
iba a celebrar la fiesta.
-Daren,
tío, ve primero a la tienda "Veinticuatro horas" para
comprar la bebida, que allí si no tienes dieciocho años no te
venden el alcohol.-dijo Steven.
Daren
asintió sin decir nada y se dirigió hacia la pequeña tienda
situada entre dos gasolineras.
Llegamos
al aparcamiento de la pequeña tienda, eran las diez de la noche y
todo estaba desértico. Las farolas alumbraban varios coches que
parecían estar abandonados. A pesar de la época en la que
estábamos, había una neblina que no te permitía ver más a allá
de cierta distancia. Se me pusieron los vellos en punta e intenté
calentarme un poco frotándome los brazos con las palmas de mis
manos.
-Quedaros
en el coche si queréis, Steven y yo iremos a comprar las cosas.-nos
informó Daren.
-Hayley,
¿Qué quieres para beber?-le preguntó Steven acercándose a ella.
Daren
se giró hacia mí y me puso su fría mano en mi hombro.
-Alex,
¿Te gusta el vodka?-me preguntó Daren.
-No
creo que beba hoy, mañana tengo que estudiar para uno de mis
exámenes finales y necesito estar concentra…
Daren
me tapó la boca con sus suaves labios. Sabía que los estudios eran
muy importantes para mí, así que nunca rechistaba cuando me negaba
a beber o simplemente me negaba a salir.
-No
pasa nada.-me dijo con sus labios aún en los míos.
Se
apartó un poco de mí y me puso un mechón de pelo detrás de la
oreja.
-¡Volvemos
en un minuto!-dijo Steven mientras se bajaba del coche.
-Ahora
vuelvo.-me dijo Daren dándome un último beso en la mejilla.
Hayley
y yo nos quedamos solas en el coche. Miré por la ventanilla mientras
se dirigían hacia la tienda. Cuando estuvieron fuera del alcance de
mi vista, alargué mi mano para coger el móvil del bolso y revisé
si tenía algún mensaje de mi madre.
-Esto...
Alex-me interrumpió Hayley.-tengo que contarte algo.
-Dime,-dije
volviéndome hacia ella con cara de preocupación, pero ella no
parecía preocupada, más bien avergonzada.-¿Qué pasa?
-Es
que... no sé cómo decirlo...
Hayley
empezó a morderse el labio superior como solía hacer.
-¡Sólo
dilo!-dije riéndome.
Empezó
a ruborizarse demasiado, la cara le iba a estallar. Abrió la boca
para decirme algo pero volvió a cerrarla, llevándose las manos a
las mejillas y tapándose los ojos.
-No
soy virgen-dijo en un susurro.
Me
quedé rígida de pies a cabeza.
-Espera,
¿Qué?-inquirí abriendo la boca de par en par. La risa empezó a
salirme sola.
-¡No
te rías!
-¡Hayley!-dije
riéndome aún más fuerte-¡Eso es…Fantástico! Pero, ¿Cómo…?
Quiero decir, ¿Cuándo…-las carcajadas salían solas a la vez que
mi intriga aumentaba cada vez más.
-Tranqui,
Alex-me dijo riéndose ella también- Te lo contaré to…-dejó la
frase a mitad y la sonrisa se le borró de la cara.
-Mira.-dijo
Hayley posando sus ojos sobre algo que estaba afuera de mi alcance.
Hayley
alargó su mano para señalar algo procedente de fuera del coche.
Giré la cabeza haciendo que el pelo se me viniera a la cara y divisé
dos hombres encapuchados, que se bajaban de uno de los coches
abandonados del aparcamiento, y se dirigían hacia a la pequeña
tienda de la gasolinera. La sangre huyó de mi rostro. Hayley y yo
nos quedamos mirando a aquellos hombres sin saber qué hacer ni qué
decir. Las manos me temblaban acompañadas de un sudor frío que me
empezaba a recorrer la nuca, empecé a rebuscar mi bolso en busca
del móvil.
-Avisa
a Steven.-le dije a Hayley con voz ronca por culpa del nudo que tenía
en la garganta, pero no obtuve respuesta de ella.
Levante
la cabeza para dirigirme de nuevo hacia ella. Estaba pálida,
petrificada y seguía observando a aquellos dos hombres.
-Van
armados.-me dijo con un susurro sin quitar la vista de ellos.
Los
temblores de mis manos no cesaban, al revés, iban aumentando cada
vez más hasta el punto de no poder controlarlas. Aún así, seguía
buscando el móvil por todos los bolsillos del bolso. Abriendo y
cerrando cremalleras.
-Joder,
Hayley, cálmate, todo va a estar bien.-dije, ni siquiera me creía
mis propias palabras. Mis manos seguían buscando el móvil. Noté
algo húmedo caer por mis mejillas. Lágrimas del propio pánico.
-¡Tenemos
que hacer algo!-dijo Hayley casi gritando. Se estaba poniendo
histérica y eso no me ayudaba. Mi mano por fin se topó con el
móvil. Lo agarré con ambas manos y empecé a marcar el número de
Daren.
Un
sordo y fuerte sonido hizo que me móvil se me resbalara de las
manos, golpeándose con el salpicadero y cayendo al suelo. Un grito
ahogado salió de mi garganta. El grito de Hayley hizo que me
sobresaltara aún más.
-Un
disparo.-dijo Hayley de nuevo susurrando. Las lágrimas no se
contuvieron más y Hayley empezó a derramarlas una a una.
Me
quité el cinturón de un tirón y me arrojé al suelo para coger de
nuevo mi móvil. Esta vez conseguí marcar el número entero y me
llevé el teléfono a la oreja. Tras varios segundos comunicando, una
voz sonó por la otra línea.
-Alex-la
voz de Daren sonaba alarmada, pero no herida.-tenéis que llamar a la
policía, tenéis que salir de- otro estallido hizo que diera un
salto en el asiento del coche, y junto a él, se hoyó un fuerte
grito, pero esta vez no procedía de mi garganta ni de la de Hayley.
Procedía de Steven. Silencio.
-¡Daren!-grité.
La llamada se cortó. Me despegué el móvil de la oreja y volví a
marcar rápidamente el número de Daren, pero tras varios segundos,
el contestador saltó.
-Mierda.-susurré.
-¿Qué
ha pasado? ¡¿A quién han disparado?!-preguntó Hayley con la voz
más elevada de lo normal-¡Steven no me contesta las llamadas!
¡Joder, Alex!
Me
quedé mirándola sin saber siquiera qué decir, mis lágrimas
tampoco aguantaban más. Hayley me sacudió los hombros.
-¡Alex!-me
chilló.
-Steven.-fue
lo único que pude decir entre sollozos y lágrimas.
Hayley
no dijo nada, ni una palabra. Se quitó su cinturón y se arrojó
hacia la puerta del coche, la abrió y salió corriendo.
-¡Steven!
¡Steven!-empezó a gritar a pulmón abierto.
-¡¿Qué
haces?!¡No!¡Vuelve!-le chillé a Hayley mientras ella hacía caso
omiso y seguía dirigiéndose hacia aquella pequeña tienda.
Abrí
mi puerta y salí tras ella para detenerla. El tacón se atascó en
el sillón, tiré de mi pierna y el zapato se partió en dos.
Hayley
seguía avanzando hacia la tienda mientras gritaba el nombre de su
novio.
-¡Para!-grité
lo más fuerte que pude-¡Vas a hacer que te maten!
Hayley
no se detenía, al contrario, cada vez corría más y más.
Otro
disparo.
La
pared de cristal estalló, haciendo que miles de cristales fueran
directos hacia nosotras. Me tiré al suelo e intenté cubrir mi
cuerpo con ambos brazos. Noté como varios cristales penetraban en la
piel de mis brazos y piernas. Abrí los ojos y vi a Hayley tirada en
el suelo también.
Levanté
la cabeza y traté de arrastrarme hacia ella.
-¡Hayley!
No
hubo respuesta.
Me
levanté del suelo temblando, mis piernas no aguantaban mi peso y mi
vista se nublaba por momentos. Noté un pequeño pinchazo en mi brazo
izquierdo. Un cristal había impactado en él y la sangre oscura
salía poco a poco del borde. Ignoré el dolor y el mareo. Me acerqué
a Hayley lo más rápido que pude y me agaché al lado de ella.
Escuchaba su respiración entrecortada.
-Estoy…-dijo
con voz ronca mientras tosía- bien.
Vi
como tenía los brazos salpicados con pequeñas gotitas de sangre
debido a los cristales. Le observé la pierna y un trozo de cristal
se había incrustado en ella, haciendo que emanara una gran cantidad
de sangre por el corte. Estaba muchísimo peor que mi brazo.
-¡Dios,
Hayley! ¿Te duele?-le pregunte mientras le prestaba más atención a
su pierna. Hice una mueca de dolor al sentir una punzada y me llevé
la mano al costado para intentar calmarla. La mano llena de sangre
manchó el lateral del vestido, cosa que ignoré ya que nada de eso
importaba en esos momentos.
Así
que arranqué un trozo de gasa del vestido y rodeé con él la pierna
de Hayley tratando de hacer un torniquete al igual que lo había
visto hacer anteriormente en las películas.
-¿Te
duele mucho?-pregunté casi sin aliento. Odiaba la sangre.
Hayley
negó con la cabeza.
-¿Desde
cuándo sabes primeros auxilios?-preguntó haciendo una mueca entre
dolor y sonrisa.
-Desde
que empecé a ver “Perdidos”-dije sonriendo yo también.- ¿Sabes?
Si Jack sabe hacer un torniquete, yo también puedo.
Las
dos reímos sin ganas.
De
repente los hombres encapuchados salieron con varias bolsas de
plástico llenas de dinero y productos de la tienda. Llevaban aún
las pistolas en las manos, preparados para usarlas si hacíamos algún
movimiento inapropiado.
Hayley
y yo seguíamos sentadas en el suelo, en medio de la calle, sin saber
qué hacer. El corazón me palpitaba tan fuerte que hasta dolía.
Uno
de los hombres se volvió hacia nosotras. Y levantó la mano con la
pistola.
Empezó
a pitarme los oídos de tal manera que ni siquiera escuché el
disparo. Sólo supe que había disparado porque me dolió.
Miré
a Hayley, que me miraba con cara horrorizada y volví la vista hacia
dónde sabía que algo había impactado en mí. Un pequeño y
perfecto agujero se había creado en la parte derecha de mi pecho, de
donde se derramaba, sin cesar, una cascada de sangre. Cerré los ojos.
-¡Alex!-fue
lo último que escuché.
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