lunes, 30 de marzo de 2015

PARTE 2. CAPÍTULO 4. "Recuerdos"

Mis padres deciden darme un poco de privacidad, así que me enseñan el camino hacia mi cuarto y me dejan allí sola.
Agarro el pomo metálico de mi habitación, lo giro y empujo la puerta.
Cuando la abro, una luz intensa me ciega. Me llevo las manos a la cara para cubrirme los ojos mientras éstos expulsan lágrimas por culpa del deslumbramiento. Parpadeo un par de veces para aclarar mi visión y veo una enorme ventana por donde entran todos los rayos de luz.
Avanzo hasta ella, la abro y me doy cuenta de que se trata de la gran ventana rectangular que había visto antes desde la calle. A través de ella, si me asomo, puedo ver casi todo el vecindario y gran parte de una montaña. El aire, que sigue siendo fresco, me seca la cara y hace que mis ojos vuelvan a lagrimear, así que decido cerrar la ventana.
Observo ahora el interior de mi habitación. Las paredes son marrón claro, excepto una de ellas, que es marrón chocolate. En la pared oscura, hay tres espejos pequeños en forma de hojas cayendo poco a poco y un escritorio de madera oscura lleno de libros, libretas y un portátil. En frente, se encuentra la cama. Me dirijo hacia ella y me siento. Tiene la colcha de color verde mar con dibujos étnicos de un color más claro, es preciosa, y dos cojines marrones claros que hacen juego con la pared.
Me fijo ahora en las paredes claras, donde hay cuadros con muchas fotografías de personas que, sinceramente, no conozco. Me levanto de la cama y me acerco más hacia ellas. Voy examinando una a una.
Hay una chica de pelo castaño claro a tirabuzones y largo, muy largo, de ojos claros, piel clara y rasgos muy finos. Era muy guapa.
En otra fotografía aparecía esa misma chica cogida de la mano de un chico de pelo cobrizo, de ojos marrones y piel bronceada. Y, al lado de ellos dos, me encontraba yo, cogida de la mano de otro chico: moreno de piel, pelo castaño muy claro y ojos verdes, muy verdes. La verdad que era guapo.
Seguí mirando las fotos, una a una, pero en la mayoría salían los mismo: la chica guapa, el chico de pelo cobrizo, el chico de ojos verdes y yo.
Excepto en una. Un chico rubio de ojos azules sonríe mientras me abraza enérgicamente en una foto. Parece tomada hace mucho tiempo atrás, ya que parezco diferente, hará dos o tres años aproximadamente.
Decido parar de mirar fotos, ya que lo único que consigo es aturdirme más. Sinceramente, ahora mismo, todo me aturde.

Es la hora de cenar. Oigo unos pasos subir por la escaleras y posteriormente alguien toca en mi puerta.
-Está abierto.-informo con la voz ahogada contra al almohada.
Estoy tirada en la cama boca abajo, comiéndome la cabeza mientras miro desde lejos las fotos colgadas en la pared.
La puerta se abre y mi madre aparece tras ella. Giro mi cabeza para encontrarme con sus ojos preocupados y asiento con la cabeza para permitirle la entrada.
-La cena está lista.
Me incorporo y me siento en el borde de la cama, preparada para bajar.
-¿Te encuentras bien?-pregunta mi madre antes de levantarme.
Me quedo sin decir ni hacer nada. No me encontraba bien, pero ¿debería decírselo? Debato en mi interior esta cuestión y finalmente decido que no tiene importancia.
-No es nada.-le digo. Es la peor respuesta que se me podría haber ocurrido, porque le dejo saber que me pasa algo y encima, le dejo claro que no quiero contárselo.
Mi madre asiente tristemente, insatisfecha de mi respuesta.
-Es sólo...
Comienzo a hablar nada más verla suspirar, me siento demasiado culpable, más incluso de lo normal.
-...las fotos.-digo mirando hacia los cuadros.
Mi madre se gira para entender de lo que yo estaba hablando. Posa sus ojos en los cuadros llenos de fotografías y vuelve a asentir.
-Puedo explicarte quienes son.-dice mi madre mientras descuelga los cuadros de la pared.
Se acerca hacia mí con los cuadros en las manos y se sienta en la cama, a mi lado.
Comienza a a pasar los cuadros uno a uno, como si quisiera ordenarlos. Coge un cuadro y los otros dos los deja a un lado. En ese cuadro hay cinco fotografías donde aparece solamente la chica guapa.
-Esta es Hayley Johnson -dice señalándola.- es tu mejor amiga.
Por un momento me imagino estar a su lado, hablar con ella y reírme junto a ella. Quiero volver a conocerla.
-¿Cuánto tiempo hace que somos amigas?-pregunto intrigada.
-Os conocéis desde que estabais en preescolar, hace unos trece años-me explica sonriendo.- pero decidisteis ser mejores amigas hace séis años, desde entonces, sois inseparables.
Asiento sonriendo y mi madre prosigue con su discurso. Deja el cuadro con las fotos de Hayley y coge uno donde sale el chico de pelo cobrizo y el chico de los ojos verdes.
-Este es Steven Benson, el novio de Hayley.-dice señalando al chico de pelo cobrizo.
-Y este..-sigue diciendo señalando a el chico de ojos verdes.-..él es Daren Hale.
Mi madre hace una pausa, pero sé que no ha acabado de presentar al chico de ojos verdes. Queda algo más y me temo que sé lo que es, aunque rezo por estar equivocada.
-Es tu novio, Alex.-dice mi madre soltando la frase que sabía que iba a pronunciar.
Noto un gran peso sobre mí y el sentimiento de culpabilidad aumenta cada vez más. Contra más personas conozco, más grande es.
Suspiro profundamente, deseando ahogarme con mi propio aire para poder acabar con esta tortura.
-El doctor dijo que los primeros días serían los peores.-dice mi madre para tranquilizarme.
Me froto las manos en mis pantalones para secarme el sudor frio.
-¿Quieres que siga?
Sacudo la cabeza.
Me estoy agobiando demasiado. Me tiemblan las piernas, las manos, y un sudor helado está bajando por mi nuca. Mi madre se da cuenta de ello, se levanta de la cama y me coge la cara entre sus manos.
-No te preocupes, mi vida.-dice dándome un beso en la frente y soltándome la cara.-No tienes que hacer nada que no quieras.-me recuerda.
-Lo sé.-digo, adivinando a lo que mi madre se ha referido.
-¿Vamos?-dice mi madre señalando la puerta con la cabeza.
-Vamos.-le digo mientras me levanto de la cama.

Durante la cena no ocurre nada importante. Mi padre, mi madre y yo nos sentamos en la mesa grande de madera del salón y comemos sin casi decir una palabra. Saboreo cada macarrón antes de llevarme el siguiente a la boca. Me encanta esta comida.
Pronto me termino el plato, así que pido permiso para retirarme de la mesa y vuelvo a subir a mi habitación. Me gusta pasar tiempo sola, para pensar y organizar mi cabeza vacía.
Vuelvo a abrir la puerta de madera y vuelvo a entrar en aquella habitación, miro el reloj de pared que hay justo encima del escritorio. La aguja pequeña indica el número nueve y la grande apunta al seis, sé que son las nueve, pero no sé descifrar la aguja grande.
Atravieso mi cuarto en tres zancadas, alcanzo el portátil con una mano y me tumbo en la cama con el portátil en mi regazo.
Lo abro, lo enciendo y cuando aparece la imagen de la pantalla principal, vuelvo a cerrarlo con un movimiento fuerte y brusco. A pesar de mis esfuerzos, la imagen se queda perfectamente vívida en mi memoria: Dos personas felizmente enamoradas besándose mientras ríen.
Hubiera sido una imagen que me hubiera gustado y conmovido de no ser porque aquellas dos personas eramos Daren y yo.
La culpabilidad vuelve como un rayo hacia mí. Trato de reprimirla, pero ya no puedo. Dejo el portátil sobre el suelo, me hago un ovillo dentro de la cama y dejo que las emociones y sentimientos reprimidos durante todo el día se apoderen de mí. Las lágrimas comienzan a derramarse por mis mejillas como pequeñas cascadas y la respiración entrecortada crea a su vez leves gemidos irregulares.
Dejo sacar todo lo que llevaba aguantando con tanta fuerza. Y después de eso, la relajación viene por si sola, tan inesperada y tan reconfortante que el sueño me arrastra, sin darme cuenta, al abismo de la subconsciencia.


sábado, 21 de marzo de 2015

PARTE 2. CAPÍTULO 3. “Empezar desde la nada”


Lo primero que diviso tras bajar del coche son los frondosos y verdes arbustos que rodean y escoltan a lo que a partir de ahora llamaré hogar.
Tras ellos, una preciosa casa color chocolate claro asoma su planta superior y tejado, también color marrón, pero oscuro. Parece de cuentos de hadas, no por lo bonita que es, si no por la gran cantidad de plantas y flores que la rodean y la decoran.
El aire otoñal me llena los pulmones y me los limpia. Suspiro profundamente, anhelando la máxima cantidad de aire posible mientras sigo examinando cada parte exterior de la casa.
-¿Te gusta?-pregunta mi madre acercándose a mí, con Henry, mi padre, tras ella.
No sé qué responder, no tengo palabras. Es preciosa.
-Me encanta.-digo al fin, tratando de buscar las palabras más adecuadas en comparación con lo que siento ahora mismo.
-El color...-sigo diciendo, pero me quedo estancada.
-Lo elegiste tu.-me recuerda Henry con una sonrisa.
-¿De verdad?-digo sonriendo yo también.
Debe de ser verdad, ya que sinceramente me encanta el color.
Sigo varios segundos más observando la casa, hipnotizada por su perfección y sus colores.
En la planta superior, que es la única planta que me alcanza la vista a ver, hay dos ventanas: una grande rectangular en la parte izquierda y otra más pequeña redonda en la parte derecha, ambas de madera oscura. Una maceta con flores rosas cuelga desde la ventana rectangular y una hiedra verde claro da color a la parte derecha de la casa, trepando desde el suelo hasta el tejado.
-¿Lista para entrar?-me pregunta mi madre mientras me frota el brazo con cariño.
Despego mis ojos de la hiedra y los poso en ella. Le sonrío en modo de respuesta y me dirijo decidida hacia los escalones de piedra que llevan a la casa.
Los subo uno a uno, comiéndome todo con la mirada y tratando que obtener y sacar la máxima información posible de cada detalle. Rozo los arbustos con las yemas de los dedos mientras avanzo. Trato de descifrar el olor, y aunque me resulta familiar, no obtengo una respuesta.
Finalmente llego a lo que sería la puerta principal de la casa. Es grande, de madera oscura como las ventanas y labrada con formas irregulares que no identifico. Paso la mano por ella, notando cada figura extraña en mi palma. Mi dedos se topan con la cerradura. Miro a mi madre quien me mira con ojos expectantes.
-¿Quieres abrirla tú?-me pregunta con la llave entre sus dedos.
Sin decir palabra cojo la llave de su mano y me quedo mirándola mientras la sujeto por la parte redonda. Miro de nuevo la cerradura y trato de encajar la llave en ella. Lo intento dos y hasta tres veces, pero no entra. La mano comienza a temblar de los nervios.
-Al revés, cariño.-me dice mi madre con voz suave.
-Claro.-respondo rápidamente, como si fuera algo obvio para mí. Y probablemente lo es.
Giro la llave de posición con la mano temblorosa y trato de encajarla de nuevo en la cerradura. Esta vez, la llave se desliza sin ningún problema.
-Ahora gira la mano hacia la derecha.-me explica mi padre desde atrás.
Giro la mano suavemente hacia el lado indicado y escucho un leve “click” que indica que la puerta está abierta. Empujo la puerta con mi mano libre y ésta se abre con un pequeño crujido. Tomo aire antes de dar el primer paso hacia mi hogar.
Cierro los ojos y doy un paso hacia delante. Cuando los abro, la respiración se me corta. Mi corazón no para de bombear rápida y fuertemente debajo de mi pecho.
Me encuentro en medio de una acogedora entrada, luminosa y espaciosa. Decorada con tan solo varios cuadros, un espejo , una pequeña planta y una exótica lámpara en una mesita de madera.
Miro hacia arriba y me doy cuenta de que la luminosidad del día entra gracias a dos grandes claraboyas que se encuentran en la parte más alta de la casa, justo encima de la escalera que está situada a pocos metros de mí, justo en frente.
Giro la cabeza hacia mi derecha, donde encuentro un arco de madera en mitad de la pared, dejando comunicado el salón con el resto de la casa. Cruzo el arco y ahí está el salón. Tal y como me lo había imaginado. Lo primero que me llama la atención es una pequeña estatua de un buda color bronce viejo con adornos en madera y una pregunta cruza mi mente como un relámpago.
-¿Somos budistas?-pregunto desconcertada.
-No.-dice mi padre riéndose.
-Te encantaban los budas, la meditación, todas esas cosas-me explica.- así que decidimos comprar uno de decoración.
-Ah.-es lo único que pude responder.
Sigo observando el salón y dando vueltas en él.
Los cojines verdes con dibujos étnicos contrastan perfectamente con los dos sofás de color crema y madera. Hay también varios cuadros con muchos colores y figuras extrañas, lo que hace resaltar la claridad de las paredes. Hay macetas con flores en todas las superficies planas posibles: sobre el borde de la chimenea, sobre una pequeña mesa de café, sobre una estantería casi llena de libros y sobre una gran mesa de madera rodeada de sillas, donde supongo que comíamos todos juntos.
En la pared derecha, al lado de donde se encuentra la televisión situada, hay un gran ventanal que deja ver un enorme y frondoso jardín lleno de flores. Siento el impulso de correr hacia él, romper el cristal de un empujón y tirarme en la hierba verde y húmeda. Pero reprimo esa emoción de locura y prosigo con la visita de mi propia casa.
Paso de nuevo por la entrada, para esta vez, abrir la pequeña puerta de madera que se encontraba en la pared izquierda. Cuando la abro, lo primero que veo es una espaciosa encimera de color marrón con la superficie de arriba color crema, una nevera bastante grande plateada, una tostadora roja y muchos más electrodomésticos de cocina que no puedo identificar sin verlos funcionando. Una pequeña lámpara plateada y blanca cuelga del techo, dando claridad a la habitación.
Ando a través de la cocina y cuando llego a la parte final, me topo con un cuadro. Pero no es un cuadro cualquiera. Es una foto donde hay tres personas riendo y abrazadas: Ángela, mi madre; Henry, mi padre; y yo; y en el fondo, se puede divisar la orilla de una playa, incluso se pueden ver las olas rompiendo unas con otras.
Ver esa fotografía me hace romperme en pedazos. Éramos una familia feliz. A lo mejor teníamos imperfecciones, pero ¿Qué familia no las tiene? Éramos felices como éramos. Y ahora, por mucho que quiera o por mucho que lo intente, no vamos a volver a ser los mismo que éramos.

La vida da giros, vueltas inexplicables y ni si quieras te das cuenta de ello. Un simple segundo puede cambiarlo todo para siempre, literalmente.

jueves, 12 de marzo de 2015

PARTE 2. CAÍTULO 2. "Todo es nada"

Estoy tumbada en un sillón, apoyando mi cabeza sobre el apoyabrazos esperando mientras obtienen el resultado de la primera prueba, una resonancia magnética.
No es un gran misterio, solo te introducen en un tubo cilíndrico metálico tumbado en una camilla dura y tienes que esperar bastante tiempo. Bastante. Aunque no tanto comparado con el tiempo que tienes que esperar para que te den el resultado.

Me estiro en el sillón, tratando de quitar tensión a mis músculos contraídos. Miro hacia arriba, observo como una pequeña tela de araña se ha formado en la esquina superior del techo, y como varias moscas han quedado atrapadas en ella. Trato de distraerme lo máximo que puedo, porque sino, tendré que enfrentarme a la realidad. Una realidad desconocida y aterradora para mí.

Observo a la mujer que está sentada al otro lado de la habitación en un sillón idéntico al mío. Lleva el pelo recogido en un pasador, pero algunos rizos oscuros caen irregulares sobre su espalda. Me quedo mirándola durante bastante tiempo, pero ella no parece percatarse de ello. Su piel morena trata de disimular las medias lunas oscuras que están cayéndole justo debajo de ambos ojos, lo que le hace parecer demasiado cansada.
La sigo mirando durante más tiempo, y a pesar de las imperfecciones de su rostro causadas por el malestar y la vejez, me veo reflejada en ella.
Sus ojos marrones rasgados son los míos, sus labios finos y rosados son los míos, ¿Cómo no me voy a ver reflejada en ella?

Aquella mujer que está sentada tristemente en el sillón esperando conmigo el resultado de las pruebas es mi madre.

Y lo peor es que hace unas horas ni siquiera lo sabía.


Una señora vestida de blanco aparece por la puerta y la mujer que estaba conmigo en la habitación, mi madre, se levanta rápidamente del sillón.
La señora se aclara la voz.
-Ya están listos los resultados.-anuncia.-El doctor os espera en su despacho, seguidme.-dice haciéndonos una señal para que vayamos con ella.
Me levanto lentamente pensando cada movimiento. Camino poco a poco agarrándome de todo lo que está a mi alcance mientras avanzo.
Mi madre parece darse cuenta, así que se espera hasta que estoy a su misma altura y me ofrece su mano.
Dudo un instante antes de sonreír tímidamente y aferrarme a su brazo. Una sensación nueva aparece repentinamente, y no me gusta.
Culpabilidad.
 Me siento culpable. Culpable por no acordarme de ella. Culpable porque esta mujer que está ahora mismo sujetándome me ha visto nacer, crecer y lo más imprescindible, me ha criado, me ha ayudado y me ha enseñado cosas que probablemente nadie pueda volver a hacer. Y no recuerdo nada.

Las piernas me tiemblan levemente por culpa de esta sensación.
-¿Estás bien, cariño?.-pregunta mi madre con la preocupación clavada en los ojos.
Asiento rápidamente y prosigo andando. Trato de concentrar toda mi atención en algo diferente para no volver a pensar en ello.
Llegamos al despacho. Por fin.
La señora de blanco, que supongo que es una enfermera, llama a la puerta de madera con los nudillos y posteriormente, la abre cuidadosamente.
-Adelante.-dice una voz muy grave. Obviamente de un hombre.
La enfermera, mi madre y yo entramos al despacho. Es luminoso. La luz entra notablemente a través de una gran ventana en la pared izquierda. Las paredes son blancas, lo que hace parecer el despacho más luminoso aún.
El doctor se encuentra sentado detrás de un escritorio de madera cobriza, a juego con una estantería llena de diplomas, cuadros y trofeos. Me quedo observando una fotografía de una niña en la segunda repisa de la estantería. Es pequeña, al rededor de unos siete u ocho años, rubia, con ojos claros y piel clara. Me pregunto si es su hija. Es preciosa.
-Alex-la voz grave del doctor rompe el hilo de mis pensamientos.-¿Te importa esperar afuera?
Me quedo mirándolo perpleja. Asimilo la pregunta y asiento lentamente aunque verdaderamente no quiero marcharme de aquella sala.

Cruzo de nuevo la puerta y me siento en uno de los muchos sofás que hay en el pasillo. Y espero allí tratando de no pensar demasiado.

Tras varios (bastantes) minutos, mi madre aparece por la puerta. Trato de leerle el pensamiento a través de su expresión facial, pero no dice mucho.
Me levanto del sofá, el cual se había amoldado ya a la forma de mi trasero, y me dirijo hacía ella rezando por obtener más información de la que tengo, la cual no es mucha.
Miro a mi madre con ojos expectantes y ella responde con un asentimiento.
Mi madre se acerca más a mí, me coge la cara con ambas manos y me besa la frente. Me quedo petrificada. Es la primera vez, que yo recuerde, que me hace eso. No me desagrada. Me gusta.
Me gusta su olor. Así que cuando ella se retira, yo vuelvo a acercarme y le paso mis brazos por su cintura, pegándola más hacia mí. Ella parece confundida, pero aún así, no me rechaza y me envuelve en sus finos brazos. Entierro mi cara en su pelo, tratando de inhalar lo máximo posible su fragancia.
-No son noticias malas.-dice al fin, aún con sus brazos rozándome la espalda.
Me retiro un poco de ella para mirarla a los ojos.
-Y tampoco son noticias buenas.-se contradice.
Estoy confundida. Ella parece notarlo y trata de explicármelo.
-Puede tratarse de un laguna.-dice poniéndome un mechón de pelo rebelde detrás de la oreja.-Podrías recuperar tu memoria.
Sonrío al escuchar la noticia, pero mi madre no lo hace.
-¿O?-pregunto esperando lo peor.
-O puede tratarse de una pérdida permanente-dice susurrando.-Y no poder recuperar nunca tus recuerdos.

Dice las últimas palabras desganada, sin fuerza, como si aquella frase le sacara la vida. Esa información no me coge desprevenida, ya lo sabía, siempre había existido esa posibilidad.
-Mientras tanto-dice mi madre aclarándose la voz.-el doctor me ha aconsejado que hagas vida normal, la vida que solías hacer antes del accidente; eso, a lo mejor, te ayudará a recuperarte.
Asiento levemente. Vida normal. ¿Cómo pretende que haga vida normal si tan siquiera me acuerdo de quién soy? La realidad vuelve a golpearme con tanta fuerza que mi visión se nubla, mis piernas comienzan a temblar de nuevo y mi garganta empieza a gemir por sí sola.

No entiendo lo que me pasa.

Mi madre me sujeta por el brazo, evitando que mi cuerpo se estampe contra el suelo. Me sienta de nuevo en el sofá y llama a la enfermera. Entre las dos tratan de tranquilizarme, me ofrecen agua junto a una pastilla pequeña y me la trago sin preguntar.
-Es normal este tipo de reacciones-nos explica la enfermera.-son ataques leves de ansiedad.
Mi madre sigue con su mano en mi brazo, agarrándolo con fuerza, como si temiera soltarlo. La enfermera me mira a los ojos, y luego a mi madre.
-¿Te encuentras bien?
-Ajá.-digo casi susurrando.
-Si necesitáis algo, avisadme.-dice la enfermera mientras se levanta de nuestro lado, me roza la mejilla con su mano y desaparece por el pasillo.

Mi madre y yo nos volvemos a quedar solas.
Suavemente, mi madre retira su mano de mi brazo y la apoya en mi regazo. Me viene a la mente una pregunta, así que sin dudar, la suelto.
-¿Por qué me ha pasado esto?-pregunto con un tono triste de voz.
-Insuficiencia de oxígeno al cerebro.-responde con la mirada perdida.
La miro sin comprender, ¿cuándo ha pasado eso?
-¿Recuerdas que el doctor dijo que te encontrabas en una situación muy crítica?
Asentí rápidamente.
-Pues tu corazón se paró durante unos minutos.-dice mi madre con voz temblorosa-Estuviste muerta durante dos minutos y medio aproximadamente.
Mi madre se lleva la mano a su boca, como si intentara de reprimir un grito. Me quedo mirándola estupefacta mientras una lágrima se le derrama por la mejilla. Siento un nudo enorme en mi garganta pero consigo ahogar mis lágrimas.
-Luego tu corazón volvió a bombear y volviste a respirar-sigue explicándome-pero tu cerebro se quedó un instante sin oxígeno.
Termina su explicación con un suspiro.
La nueva sensación de culpabilidad que descubrí vuelve a surgir. Debe de quererme tanto, y yo, sin embrago, no puedo quererla. Todavía.

Es cruel, pero es la realidad.

Tras un largo tiempo sentadas en el sofá, decidimos volver a levantarnos, recoger todas mis cosas del hospital y tomar rumbo hacia casa.

Me encuentro en frente de las puertas principales del hospital. Miro hacia mi madre, quien está esperando con la maleta a que yo avance. Pero me quedo helada.
Mi madre suelta la carga en el suelo, avanza hasta mí y me frota la espalda mientras me abraza.
-Comenzaremos de nuevo, cariño.-me dice susurrándome en el oído.-Nos cambiaremos de ciudad si lo deseas, comenzaremos tu padre y yo una nueva vida junto a tí.
Sacudo la cabeza.
-No.-digo segura de mi respuesta.-Mi vida está destruida, pero no os voy a destruir la vuestra.
Mi madre me mira a los ojos y me coge de los hombros.
-Alex, tu eres nuestra vida.-me dice firmemente.- Y no estás destruida, sólo desorientada.
Sonrío y la abrazo con fuerza. Ella hace lo mismo y nos quedamos durante unos segundos como estatuas mientras nos abrazamos.

-¡Alex!
Escucho una voz lejana nombrarme.
Mi madre y yo nos giramos a la vez. Reconozco a aquella persona.
El hombre avanza corriendo hacia nosotras, empuja la puerta grande principal del hospital haciendo que se abra de par en par, da dos pasos hacia mí y me envuelve entre sus enormes brazos.
Lo había reconocido por una foto que mi madre me había enseñado horas atrás.
Es mi padre.
Dudo un poco antes de rodear su cintura con mis brazos, pero finalmente lo hago. Mi madre se une al abrazo y nos quedamos en esa misma postura durante varios minutos.
Mi padre se despega el primero para darme un beso en la frente.
-Me llamo Henry Fitzgerald.-se presenta al igual que lo había hecho esa misma mañana mi madre.
-Ya lo sé-digo con una sonrisa, veo que su expresión facial cambia, así que vuelvo a hablar para no crear un malentendido.-me lo ha explicado Ángela.., mi madre.-corrijo rápidamente.
Mi padre asiente varias veces y su expresión vuelve a cambiar. Le había dado esperanzas, por un segundo Henry, mi padre, había pensando que mis recuerdos habían vuelto. La culpa...
Me estoy cansando de esa sensación.
Mi padre es el primero que rompe el silencio.
-¿Vamos a casa?-pregunta sonriendo.
Sonrío yo también y asiento.

Henry coge la maleta del suelo y se la carga al hombro, apoya la otra mano sobrante sobre mi hombro izquierdo. Mi madre me da un beso en la mejilla y me sujeta la mano.
Los tres cruzamos las puertas del hospital a la vez.

Las puertas de lo que había sido como mi tumba durante cinco interminables meses.


miércoles, 4 de marzo de 2015

PARTE 2. CAPÍTULO 1 “Nada”


Siento los pies.
Siento las manos.
Siento cada cosa donde debería estar, incluso noto el corazón latiendo debajo de mi pecho.
Siento el aire que procede de alguna ventana cercana, me agita un mechón de pelo y lo deja caer en mis ojos.
Lo siento, siento el mechón de pelo molestándome y haciéndome cosquillas en el párpado. Intento apartarlo de mi cara pero no puedo mover el brazo.
Siento la sábana entrelazada por mis dedos. La siento con el tacto e intento recorrer el borde de ella con mi dedo. Siento como mi dedo obedece y se pasea sutilmente por el borde de hilo de la tela. Un impulso de felicidad junto con adrenalina me recorre todas las venas y siento el corazón palpitar con más fuerza, con ansia. Intento menear más dedos. Palpo el borde de la cama con la mano, notando cada arruga y cada imperfección de ella.
Tardo alrededor de una eternidad en poner activa todas las células de mi cuerpo que parecían estar muertas. Siento todo mi cuerpo y lo siento capaz de empezar a vivir de nuevo de una vez por todas.
Solo me queda una cosa.
Intento abrir los ojos, aunque sea un poco, pero pesan demasiado.
Lo más simple del mundo me parece imposible conseguirlo. Arrugo un poco la nariz para poder impulsar los párpados con ella. Una línea de luz aparece por la parte inferior de la negrura. Intento abrirlos más pero siento la necesidad de cerrarlos de nuevo, así que los cierro y los intento abrir de nuevo. Diviso una sábana blanca cubriéndome entera.
Cierro los ojos y los vuelvo a abrir esta vez un poco más. Una lágrima aparece a través de ellos, nublándome la visión. Consigo levantar el brazo lo suficiente como para secármela con la mano. Intento probar algo nuevo.
Abro la boca e intento decir algo, lo que sea. Pero lo único que consigo hacer son ruidos y gemidos sin sentido, me siento estúpida, ¿Por qué no me ayudan? Lo intento de nuevo.
-Mm-a m.-digo, o gimo.
-Mam.-intento de nuevo.
-¡Mamma!-elevo el tono de voz para que me escuchen, pero nadie parece hacerlo.
-¡Mamá!-consigo gritar, claro y alto, lo suficiente como para que alguien que está en la habitación lo escuche.
Pero no hay respuesta, nada. Silencio.
Vuelvo a la opción de los ojos y esta vez consigo abrirlos por la mitad, dejándome ver que no hay nadie en la habitación, está completamente vacía. Silencio sepulcral. Como si fuera la única de todo el hospital, cosa que es imposible.
Decido que ya es hora que hacer algo más productivo si nadie va a venir a ayudarme, como por ejemplo, levantarme un poco.
Tardo otra eternidad en ponerme sentada en la cama, pero lo consigo, yo sola, sin ayuda de nadie. Y de nuevo, consigo ponerme de pie, ignorando los temblores de las piernas que parecen no poder soportar el peso de mi cuerpo.
Me agarro a la esquina de la cama y voy andando poco a poco pero algo me impide avanzar más. Miro a mi izquierda y veo millones de cables enganchados a mí, con millones me refiero a tres o cuatro. Me quito una aguja que tenía en la mano y varios parches que indicaban las pulsaciones de mi corazón, esto hace que la maquina deje pitar regularmente y haga un único sonido agudo e irritante. Me despego y quito los demás cables a tirones haciéndome daño en algunas zonas de mi cuerpo, pero me da igual.
Cuando por fin estoy libre de ataduras comienzo a andar de nuevo.
Avanzo por la habitación blanca, todo parece tan luminoso, parece un sueño. Rezo porque no lo sea. Voy tocando todo lo que está a mi alcance, las sábanas de la cama, la colcha, la barra metálica, la pared lisa, mi camisón, mis brazos, me faltan cosas para tocar.
Miro a mi izquierda y la luz que entra por la ventana me ciega, pero no me molesta, hacía tanto que los rayos del sol no incidían sobre mí que incluso me agrada. Dejo que el sol siga quemándome un poco la piel mientras observo la habitación de nuevo. Toda blanca, sin ninguna prenda o cosa fuera de su lugar, todo está tan ordenado que parece que ha estado desértica todo el tiempo que he estado inconsciente. El silencio, me preocupa tanto silencio. Solo escucho mis irregulares respiraciones.
Giro la cabeza hacia la puerta, una puerta blanca con una pequeña ventana redonda en lo alto y el pomo metálico. Voy hacia ella cuidadosamente, tocando todo y apoyándome para no perder el equilibrio.
Llego hasta ella, la toco y apoyo todo mi cuerpo sobre la pared de al lado para descansar. La pared está fría, igual que lo parece estar todo, excepto la luminosidad que entra por la ventana.
Vuelvo a incorporarme e intento asomarme por la pequeña ventana de la puerta, pero está demasiado alta para mi alcance. Me pongo que puntillas pero sólo consigo ver el techo blanco de la sala de afuera. Así que decido girar el pomo. Aferro la pieza metálica con la mano y la giro hacia la derecha, hace un sonido extraño pero el pomo no sigue girando, está atascado. Echo un vistazo por la puerta y un pequeño pestillo me llama la atención.
Giro el pestillo y vuelvo a intentar abrir la puerta. Esta vez nada impide la movilidad del pomo, y éste gira hasta el final, terminando su recorrido con un “click” que indica la obertura de la puerta.
Abro la puerta silenciosamente mientras veo y escucho por la ranura todo lo que está mi alcance. Veo un escritorio de cristal a pocos metros de mí, donde una mujer rubia con gafas rojas teclea un ordenador sin inmutarse de mi movimiento, veo gente andando por los pasillos, enfermeros, médicos y gente esperando en sillones. El murmullo es mínimo comparado con la de gente que hay. Abro cada vez un poco más la puerta hasta que estoy prácticamente al alcance de la vista de todos.
La mujer rubia nota mi presencia y se vuelve hacia mí. Alarmada avisa al doctor que está justo detrás de ella y éste se vuelve también hacia mí y se encamina hacia mi dirección.
-¡Alex! Dios mío, ¿cómo demonios…? Alex, ¿Cuándo..?-el doctor no termina ninguna de las preguntas, tan solo se limita a llamarme Alex y me dirige de nuevo hacia la habitación.
Me tumba de nuevo en la cama, cosa que odio. Y me vuelve a poner todos los tubos incluyendo las agujas, cosa que odio más.
-He avisado a un doctor para que avisen a tus padres.
Mis padres.
-Alex, dios mío…-prosigue.-te encontrabas en un estado muy crítico, ¿cómo te sientes? ¿Cómo lo has hecho, hija?- el doctor me mira intensamente con sus ojos marrones mientras apoya una mano en mi frente y me acaricia el hombro.
-Alex, por favor,-sigue suplicando.-di algo.
No sé qué decir.
-Alex…
En realidad si sé que decir, si sé que preguntar, así que antes de que me formule otra pregunta que me aturda más, me adelanto y le pregunto:
-¿Quién es Alex?