sábado, 21 de marzo de 2015

PARTE 2. CAPÍTULO 3. “Empezar desde la nada”


Lo primero que diviso tras bajar del coche son los frondosos y verdes arbustos que rodean y escoltan a lo que a partir de ahora llamaré hogar.
Tras ellos, una preciosa casa color chocolate claro asoma su planta superior y tejado, también color marrón, pero oscuro. Parece de cuentos de hadas, no por lo bonita que es, si no por la gran cantidad de plantas y flores que la rodean y la decoran.
El aire otoñal me llena los pulmones y me los limpia. Suspiro profundamente, anhelando la máxima cantidad de aire posible mientras sigo examinando cada parte exterior de la casa.
-¿Te gusta?-pregunta mi madre acercándose a mí, con Henry, mi padre, tras ella.
No sé qué responder, no tengo palabras. Es preciosa.
-Me encanta.-digo al fin, tratando de buscar las palabras más adecuadas en comparación con lo que siento ahora mismo.
-El color...-sigo diciendo, pero me quedo estancada.
-Lo elegiste tu.-me recuerda Henry con una sonrisa.
-¿De verdad?-digo sonriendo yo también.
Debe de ser verdad, ya que sinceramente me encanta el color.
Sigo varios segundos más observando la casa, hipnotizada por su perfección y sus colores.
En la planta superior, que es la única planta que me alcanza la vista a ver, hay dos ventanas: una grande rectangular en la parte izquierda y otra más pequeña redonda en la parte derecha, ambas de madera oscura. Una maceta con flores rosas cuelga desde la ventana rectangular y una hiedra verde claro da color a la parte derecha de la casa, trepando desde el suelo hasta el tejado.
-¿Lista para entrar?-me pregunta mi madre mientras me frota el brazo con cariño.
Despego mis ojos de la hiedra y los poso en ella. Le sonrío en modo de respuesta y me dirijo decidida hacia los escalones de piedra que llevan a la casa.
Los subo uno a uno, comiéndome todo con la mirada y tratando que obtener y sacar la máxima información posible de cada detalle. Rozo los arbustos con las yemas de los dedos mientras avanzo. Trato de descifrar el olor, y aunque me resulta familiar, no obtengo una respuesta.
Finalmente llego a lo que sería la puerta principal de la casa. Es grande, de madera oscura como las ventanas y labrada con formas irregulares que no identifico. Paso la mano por ella, notando cada figura extraña en mi palma. Mi dedos se topan con la cerradura. Miro a mi madre quien me mira con ojos expectantes.
-¿Quieres abrirla tú?-me pregunta con la llave entre sus dedos.
Sin decir palabra cojo la llave de su mano y me quedo mirándola mientras la sujeto por la parte redonda. Miro de nuevo la cerradura y trato de encajar la llave en ella. Lo intento dos y hasta tres veces, pero no entra. La mano comienza a temblar de los nervios.
-Al revés, cariño.-me dice mi madre con voz suave.
-Claro.-respondo rápidamente, como si fuera algo obvio para mí. Y probablemente lo es.
Giro la llave de posición con la mano temblorosa y trato de encajarla de nuevo en la cerradura. Esta vez, la llave se desliza sin ningún problema.
-Ahora gira la mano hacia la derecha.-me explica mi padre desde atrás.
Giro la mano suavemente hacia el lado indicado y escucho un leve “click” que indica que la puerta está abierta. Empujo la puerta con mi mano libre y ésta se abre con un pequeño crujido. Tomo aire antes de dar el primer paso hacia mi hogar.
Cierro los ojos y doy un paso hacia delante. Cuando los abro, la respiración se me corta. Mi corazón no para de bombear rápida y fuertemente debajo de mi pecho.
Me encuentro en medio de una acogedora entrada, luminosa y espaciosa. Decorada con tan solo varios cuadros, un espejo , una pequeña planta y una exótica lámpara en una mesita de madera.
Miro hacia arriba y me doy cuenta de que la luminosidad del día entra gracias a dos grandes claraboyas que se encuentran en la parte más alta de la casa, justo encima de la escalera que está situada a pocos metros de mí, justo en frente.
Giro la cabeza hacia mi derecha, donde encuentro un arco de madera en mitad de la pared, dejando comunicado el salón con el resto de la casa. Cruzo el arco y ahí está el salón. Tal y como me lo había imaginado. Lo primero que me llama la atención es una pequeña estatua de un buda color bronce viejo con adornos en madera y una pregunta cruza mi mente como un relámpago.
-¿Somos budistas?-pregunto desconcertada.
-No.-dice mi padre riéndose.
-Te encantaban los budas, la meditación, todas esas cosas-me explica.- así que decidimos comprar uno de decoración.
-Ah.-es lo único que pude responder.
Sigo observando el salón y dando vueltas en él.
Los cojines verdes con dibujos étnicos contrastan perfectamente con los dos sofás de color crema y madera. Hay también varios cuadros con muchos colores y figuras extrañas, lo que hace resaltar la claridad de las paredes. Hay macetas con flores en todas las superficies planas posibles: sobre el borde de la chimenea, sobre una pequeña mesa de café, sobre una estantería casi llena de libros y sobre una gran mesa de madera rodeada de sillas, donde supongo que comíamos todos juntos.
En la pared derecha, al lado de donde se encuentra la televisión situada, hay un gran ventanal que deja ver un enorme y frondoso jardín lleno de flores. Siento el impulso de correr hacia él, romper el cristal de un empujón y tirarme en la hierba verde y húmeda. Pero reprimo esa emoción de locura y prosigo con la visita de mi propia casa.
Paso de nuevo por la entrada, para esta vez, abrir la pequeña puerta de madera que se encontraba en la pared izquierda. Cuando la abro, lo primero que veo es una espaciosa encimera de color marrón con la superficie de arriba color crema, una nevera bastante grande plateada, una tostadora roja y muchos más electrodomésticos de cocina que no puedo identificar sin verlos funcionando. Una pequeña lámpara plateada y blanca cuelga del techo, dando claridad a la habitación.
Ando a través de la cocina y cuando llego a la parte final, me topo con un cuadro. Pero no es un cuadro cualquiera. Es una foto donde hay tres personas riendo y abrazadas: Ángela, mi madre; Henry, mi padre; y yo; y en el fondo, se puede divisar la orilla de una playa, incluso se pueden ver las olas rompiendo unas con otras.
Ver esa fotografía me hace romperme en pedazos. Éramos una familia feliz. A lo mejor teníamos imperfecciones, pero ¿Qué familia no las tiene? Éramos felices como éramos. Y ahora, por mucho que quiera o por mucho que lo intente, no vamos a volver a ser los mismo que éramos.

La vida da giros, vueltas inexplicables y ni si quieras te das cuenta de ello. Un simple segundo puede cambiarlo todo para siempre, literalmente.

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