Mis
padres deciden darme un poco de privacidad, así que me enseñan el
camino hacia mi cuarto y me dejan allí sola.
Agarro
el pomo metálico de mi habitación, lo giro y empujo la puerta.
Cuando
la abro, una luz intensa me ciega. Me llevo las manos a la cara para
cubrirme los ojos mientras éstos expulsan lágrimas por culpa del
deslumbramiento. Parpadeo un par de veces para aclarar mi visión y
veo una enorme ventana por donde entran todos los rayos de luz.
Avanzo
hasta ella, la abro y me doy cuenta de que se trata de la gran
ventana rectangular que había visto antes desde la calle. A través
de ella, si me asomo, puedo ver casi todo el vecindario y gran parte
de una montaña. El aire, que sigue siendo fresco, me seca la cara y
hace que mis ojos vuelvan a lagrimear, así que decido cerrar la
ventana.
Observo
ahora el interior de mi habitación. Las paredes son marrón claro,
excepto una de ellas, que es marrón chocolate. En la pared oscura,
hay tres espejos pequeños en forma de hojas cayendo poco a poco y un
escritorio de madera oscura lleno de libros, libretas y un portátil.
En frente, se encuentra la cama. Me dirijo hacia ella y me siento.
Tiene la colcha de color verde mar con dibujos étnicos de un color
más claro, es preciosa, y dos cojines marrones claros que hacen
juego con la pared.
Me
fijo ahora en las paredes claras, donde hay cuadros con muchas
fotografías de personas que, sinceramente, no conozco. Me levanto de
la cama y me acerco más hacia ellas. Voy examinando una a una.
Hay
una chica de pelo castaño claro a tirabuzones y largo, muy largo, de
ojos claros, piel clara y rasgos muy finos. Era muy guapa.
En
otra fotografía aparecía esa misma chica cogida de la mano de un
chico de pelo cobrizo, de ojos marrones y piel bronceada. Y, al lado
de ellos dos, me encontraba yo, cogida de la mano de otro chico:
moreno de piel, pelo castaño muy claro y ojos verdes, muy verdes. La
verdad que era guapo.
Seguí
mirando las fotos, una a una, pero en la mayoría salían los mismo:
la chica guapa, el chico de pelo cobrizo, el chico de ojos verdes y
yo.
Excepto
en una. Un chico rubio de ojos azules sonríe mientras me abraza
enérgicamente en una foto. Parece tomada hace mucho tiempo atrás,
ya que parezco diferente, hará dos o tres años aproximadamente.
Decido
parar de mirar fotos, ya que lo único que consigo es aturdirme más.
Sinceramente, ahora mismo, todo me aturde.
Es
la hora de cenar. Oigo unos pasos subir por la escaleras y
posteriormente alguien toca en mi puerta.
-Está
abierto.-informo con la voz ahogada contra al almohada.
Estoy
tirada en la cama boca abajo, comiéndome la cabeza mientras miro
desde lejos las fotos colgadas en la pared.
La
puerta se abre y mi madre aparece tras ella. Giro mi cabeza para
encontrarme con sus ojos preocupados y asiento con la cabeza para
permitirle la entrada.
-La
cena está lista.
Me
incorporo y me siento en el borde de la cama, preparada para bajar.
-¿Te
encuentras bien?-pregunta mi madre antes de levantarme.
Me
quedo sin decir ni hacer nada. No me encontraba bien, pero ¿debería
decírselo? Debato en mi interior esta cuestión y finalmente decido
que no tiene importancia.
-No
es nada.-le digo. Es la peor respuesta que se me podría haber
ocurrido, porque le dejo saber que me pasa algo y encima, le dejo
claro que no quiero contárselo.
Mi
madre asiente tristemente, insatisfecha de mi respuesta.
-Es
sólo...
Comienzo
a hablar nada más verla suspirar, me siento demasiado culpable, más
incluso de lo normal.
-...las
fotos.-digo mirando hacia los cuadros.
Mi
madre se gira para entender de lo que yo estaba hablando. Posa sus
ojos en los cuadros llenos de fotografías y vuelve a asentir.
-Puedo
explicarte quienes son.-dice mi madre mientras descuelga los cuadros
de la pared.
Se
acerca hacia mí con los cuadros en las manos y se sienta en la cama,
a mi lado.
Comienza
a a pasar los cuadros uno a uno, como si quisiera ordenarlos. Coge un
cuadro y los otros dos los deja a un lado. En ese cuadro hay cinco
fotografías donde aparece solamente la chica guapa.
-Esta
es Hayley Johnson -dice señalándola.- es tu mejor amiga.
Por
un momento me imagino estar a su lado, hablar con ella y reírme
junto a ella. Quiero volver a conocerla.
-¿Cuánto
tiempo hace que somos amigas?-pregunto intrigada.
-Os
conocéis desde que estabais en preescolar, hace unos trece años-me
explica sonriendo.- pero decidisteis ser mejores amigas hace séis
años, desde entonces, sois inseparables.
Asiento
sonriendo y mi madre prosigue con su discurso. Deja el cuadro con las
fotos de Hayley y coge uno donde sale el chico de pelo cobrizo y el
chico de los ojos verdes.
-Este
es Steven Benson, el novio de Hayley.-dice señalando al chico de
pelo cobrizo.
-Y
este..-sigue diciendo señalando a el chico de ojos verdes.-..él es
Daren Hale.
Mi
madre hace una pausa, pero sé que no ha acabado de presentar al
chico de ojos verdes. Queda algo más y me temo que sé lo que es,
aunque rezo por estar equivocada.
-Es
tu novio, Alex.-dice mi madre soltando la frase que sabía que iba a
pronunciar.
Noto
un gran peso sobre mí y el sentimiento de culpabilidad aumenta cada
vez más. Contra más personas conozco, más grande es.
Suspiro
profundamente, deseando ahogarme con mi propio aire para poder acabar
con esta tortura.
-El
doctor dijo que los primeros días serían los peores.-dice mi madre
para tranquilizarme.
Me
froto las manos en mis pantalones para secarme el sudor frio.
-¿Quieres
que siga?
Sacudo
la cabeza.
Me
estoy agobiando demasiado. Me tiemblan las piernas, las manos, y un
sudor helado está bajando por mi nuca. Mi madre se da cuenta de
ello, se levanta de la cama y me coge la cara entre sus manos.
-No
te preocupes, mi vida.-dice dándome un beso en la frente y
soltándome la cara.-No tienes que hacer nada que no quieras.-me
recuerda.
-Lo
sé.-digo, adivinando a lo que mi madre se ha referido.
-¿Vamos?-dice
mi madre señalando la puerta con la cabeza.
-Vamos.-le
digo mientras me levanto de la cama.
Durante
la cena no ocurre nada importante. Mi padre, mi madre y yo nos
sentamos en la mesa grande de madera del salón y comemos sin casi
decir una palabra. Saboreo cada macarrón antes de llevarme el
siguiente a la boca. Me encanta esta comida.
Pronto
me termino el plato, así que pido permiso para retirarme de la mesa
y vuelvo a subir a mi habitación. Me gusta pasar tiempo sola, para
pensar y organizar mi cabeza vacía.
Vuelvo
a abrir la puerta de madera y vuelvo a entrar en aquella habitación,
miro el reloj de pared que hay justo encima del escritorio. La aguja
pequeña indica el número nueve y la grande apunta al seis, sé que
son las nueve, pero no sé descifrar la aguja grande.
Atravieso
mi cuarto en tres zancadas, alcanzo el portátil con una mano y me
tumbo en la cama con el portátil en mi regazo.
Lo
abro, lo enciendo y cuando aparece la imagen de la pantalla
principal, vuelvo a cerrarlo con un movimiento fuerte y brusco. A
pesar de mis esfuerzos, la imagen se queda perfectamente vívida en
mi memoria: Dos personas felizmente enamoradas besándose mientras
ríen.
Hubiera
sido una imagen que me hubiera gustado y conmovido de no ser porque
aquellas dos personas eramos Daren y yo.
La
culpabilidad vuelve como un rayo hacia mí. Trato de reprimirla, pero
ya no puedo. Dejo el portátil sobre el suelo, me hago un ovillo
dentro de la cama y dejo que las emociones y sentimientos reprimidos
durante todo el día se apoderen de mí. Las lágrimas comienzan a
derramarse por mis mejillas como pequeñas cascadas y la respiración
entrecortada crea a su vez leves gemidos irregulares.
Dejo
sacar todo lo que llevaba aguantando con tanta fuerza. Y después de
eso, la relajación viene por si sola, tan inesperada y tan
reconfortante que el sueño me arrastra, sin darme cuenta, al abismo
de la subconsciencia.
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