lunes, 30 de marzo de 2015

PARTE 2. CAPÍTULO 4. "Recuerdos"

Mis padres deciden darme un poco de privacidad, así que me enseñan el camino hacia mi cuarto y me dejan allí sola.
Agarro el pomo metálico de mi habitación, lo giro y empujo la puerta.
Cuando la abro, una luz intensa me ciega. Me llevo las manos a la cara para cubrirme los ojos mientras éstos expulsan lágrimas por culpa del deslumbramiento. Parpadeo un par de veces para aclarar mi visión y veo una enorme ventana por donde entran todos los rayos de luz.
Avanzo hasta ella, la abro y me doy cuenta de que se trata de la gran ventana rectangular que había visto antes desde la calle. A través de ella, si me asomo, puedo ver casi todo el vecindario y gran parte de una montaña. El aire, que sigue siendo fresco, me seca la cara y hace que mis ojos vuelvan a lagrimear, así que decido cerrar la ventana.
Observo ahora el interior de mi habitación. Las paredes son marrón claro, excepto una de ellas, que es marrón chocolate. En la pared oscura, hay tres espejos pequeños en forma de hojas cayendo poco a poco y un escritorio de madera oscura lleno de libros, libretas y un portátil. En frente, se encuentra la cama. Me dirijo hacia ella y me siento. Tiene la colcha de color verde mar con dibujos étnicos de un color más claro, es preciosa, y dos cojines marrones claros que hacen juego con la pared.
Me fijo ahora en las paredes claras, donde hay cuadros con muchas fotografías de personas que, sinceramente, no conozco. Me levanto de la cama y me acerco más hacia ellas. Voy examinando una a una.
Hay una chica de pelo castaño claro a tirabuzones y largo, muy largo, de ojos claros, piel clara y rasgos muy finos. Era muy guapa.
En otra fotografía aparecía esa misma chica cogida de la mano de un chico de pelo cobrizo, de ojos marrones y piel bronceada. Y, al lado de ellos dos, me encontraba yo, cogida de la mano de otro chico: moreno de piel, pelo castaño muy claro y ojos verdes, muy verdes. La verdad que era guapo.
Seguí mirando las fotos, una a una, pero en la mayoría salían los mismo: la chica guapa, el chico de pelo cobrizo, el chico de ojos verdes y yo.
Excepto en una. Un chico rubio de ojos azules sonríe mientras me abraza enérgicamente en una foto. Parece tomada hace mucho tiempo atrás, ya que parezco diferente, hará dos o tres años aproximadamente.
Decido parar de mirar fotos, ya que lo único que consigo es aturdirme más. Sinceramente, ahora mismo, todo me aturde.

Es la hora de cenar. Oigo unos pasos subir por la escaleras y posteriormente alguien toca en mi puerta.
-Está abierto.-informo con la voz ahogada contra al almohada.
Estoy tirada en la cama boca abajo, comiéndome la cabeza mientras miro desde lejos las fotos colgadas en la pared.
La puerta se abre y mi madre aparece tras ella. Giro mi cabeza para encontrarme con sus ojos preocupados y asiento con la cabeza para permitirle la entrada.
-La cena está lista.
Me incorporo y me siento en el borde de la cama, preparada para bajar.
-¿Te encuentras bien?-pregunta mi madre antes de levantarme.
Me quedo sin decir ni hacer nada. No me encontraba bien, pero ¿debería decírselo? Debato en mi interior esta cuestión y finalmente decido que no tiene importancia.
-No es nada.-le digo. Es la peor respuesta que se me podría haber ocurrido, porque le dejo saber que me pasa algo y encima, le dejo claro que no quiero contárselo.
Mi madre asiente tristemente, insatisfecha de mi respuesta.
-Es sólo...
Comienzo a hablar nada más verla suspirar, me siento demasiado culpable, más incluso de lo normal.
-...las fotos.-digo mirando hacia los cuadros.
Mi madre se gira para entender de lo que yo estaba hablando. Posa sus ojos en los cuadros llenos de fotografías y vuelve a asentir.
-Puedo explicarte quienes son.-dice mi madre mientras descuelga los cuadros de la pared.
Se acerca hacia mí con los cuadros en las manos y se sienta en la cama, a mi lado.
Comienza a a pasar los cuadros uno a uno, como si quisiera ordenarlos. Coge un cuadro y los otros dos los deja a un lado. En ese cuadro hay cinco fotografías donde aparece solamente la chica guapa.
-Esta es Hayley Johnson -dice señalándola.- es tu mejor amiga.
Por un momento me imagino estar a su lado, hablar con ella y reírme junto a ella. Quiero volver a conocerla.
-¿Cuánto tiempo hace que somos amigas?-pregunto intrigada.
-Os conocéis desde que estabais en preescolar, hace unos trece años-me explica sonriendo.- pero decidisteis ser mejores amigas hace séis años, desde entonces, sois inseparables.
Asiento sonriendo y mi madre prosigue con su discurso. Deja el cuadro con las fotos de Hayley y coge uno donde sale el chico de pelo cobrizo y el chico de los ojos verdes.
-Este es Steven Benson, el novio de Hayley.-dice señalando al chico de pelo cobrizo.
-Y este..-sigue diciendo señalando a el chico de ojos verdes.-..él es Daren Hale.
Mi madre hace una pausa, pero sé que no ha acabado de presentar al chico de ojos verdes. Queda algo más y me temo que sé lo que es, aunque rezo por estar equivocada.
-Es tu novio, Alex.-dice mi madre soltando la frase que sabía que iba a pronunciar.
Noto un gran peso sobre mí y el sentimiento de culpabilidad aumenta cada vez más. Contra más personas conozco, más grande es.
Suspiro profundamente, deseando ahogarme con mi propio aire para poder acabar con esta tortura.
-El doctor dijo que los primeros días serían los peores.-dice mi madre para tranquilizarme.
Me froto las manos en mis pantalones para secarme el sudor frio.
-¿Quieres que siga?
Sacudo la cabeza.
Me estoy agobiando demasiado. Me tiemblan las piernas, las manos, y un sudor helado está bajando por mi nuca. Mi madre se da cuenta de ello, se levanta de la cama y me coge la cara entre sus manos.
-No te preocupes, mi vida.-dice dándome un beso en la frente y soltándome la cara.-No tienes que hacer nada que no quieras.-me recuerda.
-Lo sé.-digo, adivinando a lo que mi madre se ha referido.
-¿Vamos?-dice mi madre señalando la puerta con la cabeza.
-Vamos.-le digo mientras me levanto de la cama.

Durante la cena no ocurre nada importante. Mi padre, mi madre y yo nos sentamos en la mesa grande de madera del salón y comemos sin casi decir una palabra. Saboreo cada macarrón antes de llevarme el siguiente a la boca. Me encanta esta comida.
Pronto me termino el plato, así que pido permiso para retirarme de la mesa y vuelvo a subir a mi habitación. Me gusta pasar tiempo sola, para pensar y organizar mi cabeza vacía.
Vuelvo a abrir la puerta de madera y vuelvo a entrar en aquella habitación, miro el reloj de pared que hay justo encima del escritorio. La aguja pequeña indica el número nueve y la grande apunta al seis, sé que son las nueve, pero no sé descifrar la aguja grande.
Atravieso mi cuarto en tres zancadas, alcanzo el portátil con una mano y me tumbo en la cama con el portátil en mi regazo.
Lo abro, lo enciendo y cuando aparece la imagen de la pantalla principal, vuelvo a cerrarlo con un movimiento fuerte y brusco. A pesar de mis esfuerzos, la imagen se queda perfectamente vívida en mi memoria: Dos personas felizmente enamoradas besándose mientras ríen.
Hubiera sido una imagen que me hubiera gustado y conmovido de no ser porque aquellas dos personas eramos Daren y yo.
La culpabilidad vuelve como un rayo hacia mí. Trato de reprimirla, pero ya no puedo. Dejo el portátil sobre el suelo, me hago un ovillo dentro de la cama y dejo que las emociones y sentimientos reprimidos durante todo el día se apoderen de mí. Las lágrimas comienzan a derramarse por mis mejillas como pequeñas cascadas y la respiración entrecortada crea a su vez leves gemidos irregulares.
Dejo sacar todo lo que llevaba aguantando con tanta fuerza. Y después de eso, la relajación viene por si sola, tan inesperada y tan reconfortante que el sueño me arrastra, sin darme cuenta, al abismo de la subconsciencia.


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