sábado, 7 de febrero de 2015

Relato breve: "EL JUEGO DE LAS SOMBRAS"


Tras varias horas sin descanso divagando por el solitario y frio bosque, por fin encontramos un lugar donde refugiarnos, al menos para pasar la noche.
Eric entró el primero para comprobar que no había peligro. Siempre lo hace, ya que es el más valiente y se siente el padre de todos nosotros, aunque el señor Bennet le saque casi cuarenta años de edad. Somos pocos, treinta y dos para ser exactos, y cada vez vamos a menos. La enfermedad sigue propagándose como el primer día, como si nada la detuviera, como el aire que respiramos, la diferencia es que el aire lo necesitamos para vivir y la enfermedad nos necesita a nosotros.
Eric salió de la vieja y abandonada casa de madera y nos hizo una señal para que entráramos. Tomé aire y me acerqué a los escalones que daban a la entrada de la casa. Llegué a la puerta, junto a Eric, quien me pasó una navaja. La cogí un poco asombrada, normalmente no me dejaban llevar armas, ni aunque fuese un simple cuchillo por el mero hecho de tener diecisiete años. Supongo que ya era hora de que confiaran un poco en mí. Le sonreí a modo de respuesta y él me devolvió la sonrisa.
Entraron todos los demás y poco a poco fuimos cogiendo confianza con la vieja casa. Cogimos trapos, ropas e incluso muebles, todo lo que vimos, para tapar las entradas de la casa, las ventanas y puertas. Las sombras podrían entrar en cualquier momento. Sombras. El propio nombre te hacía estremecer. Hace varios meses una sombra era un simple región de oscuridad donde la luz es obstaculizada, ahora las sombras eran almas sin cuerpos, almas en busca de alojamiento, de alimentos, se alimentan de otras almas, de otros cuerpos. Era como un juego repetitivo donde siempre ganaba el fuerte, si eras débil, eras eliminado.
Nos sentamos todos en el suelo, nos cogimos de las manos y Elena empezó a hablar:
-Demos las gracias a Dios por ayudarnos a sobrevivir un día más.
-Un días más de este infierno- intervino Jeremy.
-Jeremy- le increpó Sarah.
Jeremy se levantó de un salto rompiendo el círculo de manos unidas. Nos quedamos todos en silencio observando como Jeremy se iba de la sala. Elena carraspeó y siguió su oración. Todos volvieron a cogerse de las manos, como si nada hubiera pasado.
Jeremy era el que peor lo llevaba, tenía quince años y había visto con sus propios ojos cómo las sombras se apoderaban del cuerpo de sus padres. Desde luego no es un suceso que pasa sin dejar marca. De haber sido él me hubiera vuelto loca. Pero todos sabíamos que él era fuerte, por eso sigue vivo a estas alturas.
La noche pasó como todas las noches pasaban: lentas. Me desperté con punzadas en el cuello y en la espalda debido a la postura con la que había pasado la noche, retorcida en un sillón viejo. Aún era de noche, miré el escalofriante reloj de cuco que había colgado en la pared, eran las cuatro de la mañana, genial. Me temblaba el cuerpo del frio y del miedo acumulado. Sin hacer ningún movimiento brusco, deslicé mi mano hasta el bolsillo del pantalón, donde estaba la navaja, la toqué con las yemas de los dedos y me intenté tranquilizar un poco. Escuché un golpe procedente de la cocina. Los temblores iban a más a la vez que mi miedo aumentaba. Intenté buscar a Eric con la mirada ya que mis ojos se habían adaptado a la oscuridad, pero no lo encontraba. Así que opté por mi segunda idea, me parecía infantil y estúpido, pero de verdad que lo necesitaba.
-Eric.- lo llamé susurrando. Repetí su nombre varias veces en la oscuridad, pero no obtenía respuesta.
Mi cuerpo estaba cada vez más en tensión e incluso tenía las lágrimas a punto de derramarse por mis mejillas. Escuché otro ruido. No podía más. Para sobrevivir hay que ser fuerte. Agarré con fuerza la navaja me levanté de un salto y corrí hacia la cocina con la navaja delante de mí. Me temblaban las manos y las lágrimas ya se habían desbordado. Me quedé en mitad de la cocina, paralizada, con la navaja aún delante de mí, todo a oscuras. Escuché el grito de Eric y corrí hacia la entrada. Me quedé petrificada delante de él mientras escuchaba sus gritos que pedían auxilio. Estaba de rodillas en medio de la entrada, pálido, muy pálido y con las venas marcadas como grietas negras alrededor de su cuello y de sus brazos, tenía los ojos cerrados con fuerza y las manos presionando su cabeza.
-¡Corre!- me gritó medio ahogándose con sus propios gemidos.
Abrió los ojos y todo lo que pude ver en ellos era oscuridad, no eran sus ojos, no eran sus brazos, no era él.
-¡Lauren, corre!- me gritó de nuevo, esta vez mirándome con esos extraños ojos.
Estaba a punto de salir a correr cuando el ruido de un disparo me sobresaltó e hizo que se me cayera la navaja de las manos. Y junto a ella, el cuerpo de Eric se desplomó contra el suelo. El miedo se fue, pero dejó tras él algo peor, tristeza. Me quedé mirando fijamente el cuerpo de Eric. Un alma pura por otra oscura. Una vida menos por una sombra.
Abandonamos aquel lugar lo más pronto que pudimos. Pasaron días, semanas e incluso meses, hasta que al fin encontramos más personas, más personas como nosotros, aterrados, viviendo cada día sabiendo que podría ser el último. Aprendimos a convivir juntos y a superar nuestras pérdidas. Poco a poco fuimos construyendo una nueva vida a las afueras de la cuidad, donde las sombras no eran capaces de encontrarnos, por ahora. Donde cada uno aportaba sus conocimientos para mejorar las condiciones en las que vivíamos. Donde poco a poco fuimos formando una familia.
Me desperté con los golpes que provocaba el viento contra la ventana. Me levanté de la cama deseando no haberlo hecho, el aire helado me hizo castañear en poco segundos, corrí hacia la ventana y la cerré de golpe. Sarah apareció por la puerta, se peinó el pelo hacia atrás, se estiró la camisa y se dirigió hacia mí.
-Van a reunirse, tienen más información exterior, sería conveniente que vinieras.- Elena como siempre, con su perfecto vocabulario, queriendo ser perfecta.
-Claro.- le contesté con la voz ronca mañanera.
Bajé la cuesta de piedras que daba a la plaza principal, donde se iba a convocar la reunión. Mientras me acercaba al lugar acordado iba pensando en qué nos podrían decir... Eran miles ideas las que se me pasaban por la cabeza. Por el camino iba saludando a la gente, personas que se habían convertido en mis nuevos vecinos, en amigos o incluso solo conocidos. Había tantas personas que no podía recordar el nombre de todos ellos, eso era un lujo.
El reloj de la plaza marcaba las diez y media de la mañana y más de la mitad de la plaza estaba ya ocupada. Un chirriante sonido procedente de unos altavoces casi me rompe los tímpanos, y no era a la única, ya que casi todo el mundo se llevó las manos a los oídos. Después de eso, una voz clara inundó la plaza entera, haciendo que todo el mundo quedara en silencio.
-Bienvenidos, señoras y señores, supervivientes de la enfermedad de las almas oscuras, a esta reunión que definitivamente cambiará nuestra forma de vida, tanto para bien como para mal.
Me sudaban las manos. El hombre carraspeó y siguió hablando.
-Hemos estado en contacto con el exterior de este asentamiento durante varias semanas, y a la vez, ellos también han estado en contacto con más supervivientes. No somos muchos, ni tampoco somos pocos, somos los suficientes para poder seguir adelante.- hizo una breve pausa para beber agua, estaba nervioso, al igual que todos nosotros.- Podemos vencerlos, sabemos cómo acabar con ellos, con la enfermedad, todos sabemos que es un sacrificio, pero no será en vano...
El hombre siguió hablando, pero yo desconecté de la realidad. Lo que necesitaban eran personas lo suficientemente desgraciadas para dar su vida, para morir por el bien de la sociedad. Un simple disparo al corazón después de que el alma oscura se introdujera en el cuerpo era lo que se necesitaba para acabar con ellas, se quedan atrapadas allí, para siempre. Mientras tanto seguían reproduciéndose y extendiéndose como la pólvora.
El hombre acabó de hablar y muchos de los espectadores comenzaron a aplaudir. ¿Cómo podían aplaudir? ¿Acaso estaban contentos? Iban a morir muchas personas, poniendo en riesgo nuestra propia existencia. Una mujer pelirroja tomó el micrófono y su voz se expandió de nuevo por toda la plaza.
-Todos sabemos el sacrificio que debemos hacer, pero será decisivo para la supervivencia de nuestra especie, contamos con más de tres mil personas procedentes de otros asentamientos exteriores que se han ofrecido para el sacrificio y con otras mil personas que se han ofrecido para ser los francotiradores, necesitamos más, tenemos que superarlos en número, no sabemos con determinación cuántas almas oscuras, cuántas sombras son. Así que se ha tomado una difícil y dura decisión en este asentamiento respecto a el sacrificio, y la decisión es que todos los mayores de diecisiete años están obligados a ir, ya sea como sacrificio o como francotirador.
Hubo un silencio sepulcral. Me quedé analizando las últimas palabras en mi cabeza:"Los mayores de diecisiete años..." El pulso me estalló bajo las venas, sintiendo todos y cada uno de los latidos como fuertes cañonazos en mis oídos. La gente empezó a asimilar aquellas palabras que aún no tenían sentido para mí, contestando con gritos ahogados, gemidos e incluso lágrimas.
Fuimos separados esa misma mañana por edad, sexo y qué función desempeñaríamos. No tuvieron en cuenta nada, si tenías familia o no, si tenías ochenta años o diecisiete, no les importaba, el deseo de acabar con la enfermedad y las sombras les cegaba. Por eso no me sorprendí al oír mi nombre a través del micrófono cuando estaban anunciando los nombres de las personas asignadas a cumplir la función de sacrificio.
A partir de ese momento todo ocurrió muy rápido, en cuestión de semanas los francotiradores ya sabían manejar todo tipo de pistolas y en cuanto a los demás, incluyéndome a mí, supongo que ya estábamos listos para morir.
Todos en fila y ordenados caminando hacia el lugar acordado donde las sombras nos encontrarían, como soldados preparados para la guerra, así estábamos, eso éramos. Ya ni siquiera sabía si sentía miedo de morir o alivio de dejar todo esto atrás. Estábamos todos preparados, esperando el pistoletazo que indicaría el comienzo del fin de muchos de nosotros. Sin más, el sordo sonido de un disparo resonó en mitad del silencio, los francotiradores se pusieron en posición y el sacrificio comenzó.
Se oían disparos por todos lados y allá donde miraba veía gente pálida con venas negras marcadas por todo el cuerpo, al igual que Eric y al segundo siguiente ya estaban en el suelo. Cerré los ojos, me sudaban las manos, tenía los músculos en tensión y no reaccionaban a mis órdenes de moverse, por lo que me quedé allí, esperando a que las sombras se apoderaran de mí. Pero no ocurría nada. Abrí los ojos, todos estaban tan confusos como yo, miles de personas yacían pálidas en el suelo. Todos seguíamos en silencio esperando otra oleada de sombras. Silencio y más silencio. Tras más de una hora de intensa espera, la voz del mismo hombre que nos reunió en la plaza aquella mañana rompió el silencio.
-Señoras y señores, supervivientes de la enfermedad de las almas oscuras.- se aclaró la garganta.- hemos luchado y sobrevivido, y a pesar de las miles de pérdidas que hemos presenciado hoy, debemos sentirnos orgullosos, porque hoy, señoras y señores, las sombras han sido vencidas...
La multitud de gente empezó a aplaudir antes de que el hombre acabara su discurso. Siguieron aplaudiendo mientras muchos otros se abrazaban, se besaban o se reunían con sus familiares. Una lágrima se deslizó por mi mejilla. Alguien me tocó el hombro, me giré. Jeremy impactó su cuerpo contra el mío fundiéndose en un abrazo. Sarah, el señor Bennet y otros muchos de los supervivientes estaban a pocos pasos de nosotros. Nos abrazamos todos mientras reíamos y llorábamos de felicidad, habíamos creado una gran familia, éramos una gran familia.
El juego repetitivo había acabado, y como siempre, el fuerte gana y el débil es eliminado.



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