Tras
varias horas sin descanso divagando por el solitario y frio bosque,
por fin encontramos un lugar donde refugiarnos, al menos para pasar
la noche.
Eric
entró el primero para comprobar que no había peligro. Siempre lo
hace, ya que es el más valiente y se siente el padre de todos
nosotros, aunque el señor Bennet le saque casi cuarenta años de
edad. Somos pocos, treinta y dos para ser exactos, y cada vez vamos a
menos. La enfermedad sigue propagándose como el primer día, como si
nada la detuviera, como el aire que respiramos, la diferencia es que
el aire lo necesitamos para vivir y la enfermedad nos necesita a
nosotros.
Eric
salió de la vieja y abandonada casa de madera y nos hizo una señal
para que entráramos. Tomé aire y me acerqué a los escalones que
daban a la entrada de la casa. Llegué a la puerta, junto a Eric,
quien me pasó una navaja. La cogí un poco asombrada, normalmente no
me dejaban llevar armas, ni aunque fuese un simple cuchillo por el
mero hecho de tener diecisiete años. Supongo que ya era hora de que
confiaran un poco en mí. Le sonreí a modo de respuesta y él me
devolvió la sonrisa.
Entraron
todos los demás y poco a poco fuimos cogiendo confianza con la vieja
casa. Cogimos trapos, ropas e incluso muebles, todo lo que vimos,
para tapar las entradas de la casa, las ventanas y puertas. Las
sombras podrían entrar en cualquier momento. Sombras. El propio
nombre te hacía estremecer. Hace varios meses una sombra era un
simple región de oscuridad donde la luz es obstaculizada, ahora las
sombras eran almas sin cuerpos, almas en busca de alojamiento, de
alimentos, se alimentan de otras almas, de otros cuerpos. Era como un
juego repetitivo donde siempre ganaba el fuerte, si eras débil, eras
eliminado.
Nos
sentamos todos en el suelo, nos cogimos de las manos y Elena empezó
a hablar:
-Demos
las gracias a Dios por ayudarnos a sobrevivir un día más.
-Un
días más de este infierno- intervino Jeremy.
-Jeremy-
le increpó Sarah.
Jeremy
se levantó de un salto rompiendo el círculo de manos unidas. Nos
quedamos todos en silencio observando como Jeremy se iba de la sala.
Elena carraspeó y siguió su oración. Todos volvieron a cogerse de
las manos, como si nada hubiera pasado.
Jeremy
era el que peor lo llevaba, tenía quince años y había visto con
sus propios ojos cómo las sombras se apoderaban del cuerpo de sus
padres. Desde luego no es un suceso que pasa sin dejar marca. De
haber sido él me hubiera vuelto loca. Pero todos sabíamos que él
era fuerte, por eso sigue vivo a estas alturas.
La
noche pasó como todas las noches pasaban: lentas. Me desperté con
punzadas en el cuello y en la espalda debido a la postura con la que
había pasado la noche, retorcida en un sillón viejo. Aún era de
noche, miré el escalofriante reloj de cuco que había colgado en la
pared, eran las cuatro de la mañana, genial. Me temblaba el cuerpo
del frio y del miedo acumulado. Sin hacer ningún movimiento brusco,
deslicé mi mano hasta el bolsillo del pantalón, donde estaba la
navaja, la toqué con las yemas de los dedos y me intenté
tranquilizar un poco. Escuché un golpe procedente de la cocina. Los
temblores iban a más a la vez que mi miedo aumentaba. Intenté
buscar a Eric con la mirada ya que mis ojos se habían adaptado a la
oscuridad, pero no lo encontraba. Así que opté por mi segunda idea,
me parecía infantil y estúpido, pero de verdad que lo necesitaba.
-Eric.-
lo llamé susurrando. Repetí su nombre varias veces en la oscuridad,
pero no obtenía respuesta.
Mi
cuerpo estaba cada vez más en tensión e incluso tenía las lágrimas
a punto de derramarse por mis mejillas. Escuché otro ruido. No podía
más. Para sobrevivir hay que ser fuerte. Agarré con fuerza la
navaja me levanté de un salto y corrí hacia la cocina con la navaja
delante de mí. Me temblaban las manos y las lágrimas ya se habían
desbordado. Me quedé en mitad de la cocina, paralizada, con la
navaja aún delante de mí, todo a oscuras. Escuché el grito de Eric
y corrí hacia la entrada. Me quedé petrificada delante de él
mientras escuchaba sus gritos que pedían auxilio. Estaba de rodillas
en medio de la entrada, pálido, muy pálido y con las venas marcadas
como grietas negras alrededor de su cuello y de sus brazos, tenía
los ojos cerrados con fuerza y las manos presionando su cabeza.
-¡Corre!-
me gritó medio ahogándose con sus propios gemidos.
Abrió
los ojos y todo lo que pude ver en ellos era oscuridad, no eran sus
ojos, no eran sus brazos, no era él.
-¡Lauren,
corre!- me gritó de nuevo, esta vez mirándome con esos extraños
ojos.
Estaba
a punto de salir a correr cuando el ruido de un disparo me sobresaltó
e hizo que se me cayera la navaja de las manos. Y junto a ella, el
cuerpo de Eric se desplomó contra el suelo. El miedo se fue, pero
dejó tras él algo peor, tristeza. Me quedé mirando fijamente el
cuerpo de Eric. Un alma pura por otra oscura. Una vida menos por una
sombra.
Abandonamos
aquel lugar lo más pronto que pudimos. Pasaron días, semanas e
incluso meses, hasta que al fin encontramos más personas, más
personas como nosotros, aterrados, viviendo cada día sabiendo que
podría ser el último. Aprendimos a convivir juntos y a superar
nuestras pérdidas. Poco a poco fuimos construyendo una nueva vida a
las afueras de la cuidad, donde las sombras no eran capaces de
encontrarnos, por ahora. Donde cada uno aportaba sus conocimientos
para mejorar las condiciones en las que vivíamos. Donde poco a poco
fuimos formando una familia.
Me
desperté con los golpes que provocaba el viento contra la ventana.
Me levanté de la cama deseando no haberlo hecho, el aire helado me
hizo castañear en poco segundos, corrí hacia la ventana y la cerré
de golpe. Sarah apareció por la puerta, se peinó el pelo hacia
atrás, se estiró la camisa y se dirigió hacia mí.
-Van
a reunirse, tienen más información exterior, sería conveniente que
vinieras.- Elena como siempre, con su perfecto vocabulario, queriendo
ser perfecta.
-Claro.-
le contesté con la voz ronca mañanera.
Bajé
la cuesta de piedras que daba a la plaza principal, donde se iba a
convocar la reunión. Mientras me acercaba al lugar acordado iba
pensando en qué nos podrían decir... Eran miles ideas las que se me
pasaban por la cabeza. Por el camino iba saludando a la gente,
personas que se habían convertido en mis nuevos vecinos, en amigos o
incluso solo conocidos. Había tantas personas que no podía recordar
el nombre de todos ellos, eso era un lujo.
El
reloj de la plaza marcaba las diez y media de la mañana y más de la
mitad de la plaza estaba ya ocupada. Un chirriante sonido procedente
de unos altavoces casi me rompe los tímpanos, y no era a la única,
ya que casi todo el mundo se llevó las manos a los oídos. Después
de eso, una voz clara inundó la plaza entera, haciendo que todo el
mundo quedara en silencio.
-Bienvenidos,
señoras y señores, supervivientes de la enfermedad de las almas
oscuras, a esta reunión que definitivamente cambiará nuestra forma
de vida, tanto para bien como para mal.
Me
sudaban las manos. El hombre carraspeó y siguió hablando.
-Hemos
estado en contacto con el exterior de este asentamiento durante
varias semanas, y a la vez, ellos también han estado en contacto con
más supervivientes. No somos muchos, ni tampoco somos pocos, somos
los suficientes para poder seguir adelante.- hizo una breve pausa
para beber agua, estaba nervioso, al igual que todos nosotros.-
Podemos vencerlos, sabemos cómo acabar con ellos, con la enfermedad,
todos sabemos que es un sacrificio, pero no será en vano...
El
hombre siguió hablando, pero yo desconecté de la realidad. Lo que
necesitaban eran personas lo suficientemente desgraciadas para dar su
vida, para morir por el bien de la sociedad. Un simple disparo al
corazón después de que el alma oscura se introdujera en el cuerpo
era lo que se necesitaba para acabar con ellas, se quedan atrapadas
allí, para siempre. Mientras tanto seguían reproduciéndose y
extendiéndose como la pólvora.
El
hombre acabó de hablar y muchos de los espectadores comenzaron a
aplaudir. ¿Cómo podían aplaudir? ¿Acaso estaban contentos? Iban a
morir muchas personas, poniendo en riesgo nuestra propia existencia.
Una mujer pelirroja tomó el micrófono y su voz se expandió de
nuevo por toda la plaza.
-Todos
sabemos el sacrificio que debemos hacer, pero será decisivo para la
supervivencia de nuestra especie, contamos con más de tres mil
personas procedentes de otros asentamientos exteriores que se han
ofrecido para el sacrificio y con otras mil personas que se han
ofrecido para ser los francotiradores, necesitamos más, tenemos que
superarlos en número, no sabemos con determinación cuántas almas
oscuras, cuántas sombras son. Así que se ha tomado una difícil y
dura decisión en este asentamiento respecto a el sacrificio, y la
decisión es que todos los mayores de diecisiete años están
obligados a ir, ya sea como sacrificio o como francotirador.
Hubo
un silencio sepulcral. Me quedé analizando las últimas palabras en
mi cabeza:"Los mayores de diecisiete años..." El pulso me
estalló bajo las venas, sintiendo todos y cada uno de los latidos
como fuertes cañonazos en mis oídos. La gente empezó a asimilar
aquellas palabras que aún no tenían sentido para mí, contestando
con gritos ahogados, gemidos e incluso lágrimas.
Fuimos
separados esa misma mañana por edad, sexo y qué función
desempeñaríamos. No tuvieron en cuenta nada, si tenías familia o
no, si tenías ochenta años o diecisiete, no les importaba, el deseo
de acabar con la enfermedad y las sombras les cegaba. Por eso no me
sorprendí al oír mi nombre a través del micrófono cuando estaban
anunciando los nombres de las personas asignadas a cumplir la función
de sacrificio.
A
partir de ese momento todo ocurrió muy rápido, en cuestión de
semanas los francotiradores ya sabían manejar todo tipo de pistolas
y en cuanto a los demás, incluyéndome a mí, supongo que ya
estábamos listos para morir.
Todos
en fila y ordenados caminando hacia el lugar acordado donde las
sombras nos encontrarían, como soldados preparados para la guerra,
así estábamos, eso éramos. Ya ni siquiera sabía si sentía miedo
de morir o alivio de dejar todo esto atrás. Estábamos todos
preparados, esperando el pistoletazo que indicaría el comienzo del
fin de muchos de nosotros. Sin más, el sordo sonido de un disparo
resonó en mitad del silencio, los francotiradores se pusieron en
posición y el sacrificio comenzó.
Se
oían disparos por todos lados y allá donde miraba veía gente
pálida con venas negras marcadas por todo el cuerpo, al igual que
Eric y al segundo siguiente ya estaban en el suelo. Cerré los ojos,
me sudaban las manos, tenía los músculos en tensión y no
reaccionaban a mis órdenes de moverse, por lo que me quedé allí,
esperando a que las sombras se apoderaran de mí. Pero no ocurría
nada. Abrí los ojos, todos estaban tan confusos como yo, miles de
personas yacían pálidas en el suelo. Todos seguíamos en silencio
esperando otra oleada de sombras. Silencio y más silencio. Tras más
de una hora de intensa espera, la voz del mismo hombre que nos reunió
en la plaza aquella mañana rompió el silencio.
-Señoras
y señores, supervivientes de la enfermedad de las almas oscuras.- se
aclaró la garganta.- hemos luchado y sobrevivido, y a pesar de las
miles de pérdidas que hemos presenciado hoy, debemos sentirnos
orgullosos, porque hoy, señoras y señores, las sombras han sido
vencidas...
La multitud de gente empezó a
aplaudir antes de que el hombre acabara su discurso. Siguieron
aplaudiendo mientras muchos otros se abrazaban, se besaban o se
reunían con sus familiares. Una lágrima se deslizó por mi mejilla.
Alguien me tocó el hombro, me giré. Jeremy impactó su cuerpo
contra el mío fundiéndose en un abrazo. Sarah, el señor Bennet y
otros muchos de los supervivientes estaban a pocos pasos de nosotros.
Nos abrazamos todos mientras reíamos y llorábamos de felicidad,
habíamos creado una gran familia, éramos una gran familia.
El
juego repetitivo había acabado, y como siempre, el fuerte gana y el
débil es eliminado.
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