Hola! Os dejo el link de la página web donde seguiré publicando los capítulos de la novela "Escrito en las estrellas" y una nueva que empezaré próximamente "Lost". Espero que lo disfrutéis!
Link: Escrito en las estrellas
Pequeña Escritora.
«El olvido es inevitable»-John Green.
miércoles, 22 de abril de 2015
lunes, 30 de marzo de 2015
PARTE 2. CAPÍTULO 4. "Recuerdos"
Mis
padres deciden darme un poco de privacidad, así que me enseñan el
camino hacia mi cuarto y me dejan allí sola.
Agarro
el pomo metálico de mi habitación, lo giro y empujo la puerta.
Cuando
la abro, una luz intensa me ciega. Me llevo las manos a la cara para
cubrirme los ojos mientras éstos expulsan lágrimas por culpa del
deslumbramiento. Parpadeo un par de veces para aclarar mi visión y
veo una enorme ventana por donde entran todos los rayos de luz.
Avanzo
hasta ella, la abro y me doy cuenta de que se trata de la gran
ventana rectangular que había visto antes desde la calle. A través
de ella, si me asomo, puedo ver casi todo el vecindario y gran parte
de una montaña. El aire, que sigue siendo fresco, me seca la cara y
hace que mis ojos vuelvan a lagrimear, así que decido cerrar la
ventana.
Observo
ahora el interior de mi habitación. Las paredes son marrón claro,
excepto una de ellas, que es marrón chocolate. En la pared oscura,
hay tres espejos pequeños en forma de hojas cayendo poco a poco y un
escritorio de madera oscura lleno de libros, libretas y un portátil.
En frente, se encuentra la cama. Me dirijo hacia ella y me siento.
Tiene la colcha de color verde mar con dibujos étnicos de un color
más claro, es preciosa, y dos cojines marrones claros que hacen
juego con la pared.
Me
fijo ahora en las paredes claras, donde hay cuadros con muchas
fotografías de personas que, sinceramente, no conozco. Me levanto de
la cama y me acerco más hacia ellas. Voy examinando una a una.
Hay
una chica de pelo castaño claro a tirabuzones y largo, muy largo, de
ojos claros, piel clara y rasgos muy finos. Era muy guapa.
En
otra fotografía aparecía esa misma chica cogida de la mano de un
chico de pelo cobrizo, de ojos marrones y piel bronceada. Y, al lado
de ellos dos, me encontraba yo, cogida de la mano de otro chico:
moreno de piel, pelo castaño muy claro y ojos verdes, muy verdes. La
verdad que era guapo.
Seguí
mirando las fotos, una a una, pero en la mayoría salían los mismo:
la chica guapa, el chico de pelo cobrizo, el chico de ojos verdes y
yo.
Excepto
en una. Un chico rubio de ojos azules sonríe mientras me abraza
enérgicamente en una foto. Parece tomada hace mucho tiempo atrás,
ya que parezco diferente, hará dos o tres años aproximadamente.
Decido
parar de mirar fotos, ya que lo único que consigo es aturdirme más.
Sinceramente, ahora mismo, todo me aturde.
Es
la hora de cenar. Oigo unos pasos subir por la escaleras y
posteriormente alguien toca en mi puerta.
-Está
abierto.-informo con la voz ahogada contra al almohada.
Estoy
tirada en la cama boca abajo, comiéndome la cabeza mientras miro
desde lejos las fotos colgadas en la pared.
La
puerta se abre y mi madre aparece tras ella. Giro mi cabeza para
encontrarme con sus ojos preocupados y asiento con la cabeza para
permitirle la entrada.
-La
cena está lista.
Me
incorporo y me siento en el borde de la cama, preparada para bajar.
-¿Te
encuentras bien?-pregunta mi madre antes de levantarme.
Me
quedo sin decir ni hacer nada. No me encontraba bien, pero ¿debería
decírselo? Debato en mi interior esta cuestión y finalmente decido
que no tiene importancia.
-No
es nada.-le digo. Es la peor respuesta que se me podría haber
ocurrido, porque le dejo saber que me pasa algo y encima, le dejo
claro que no quiero contárselo.
Mi
madre asiente tristemente, insatisfecha de mi respuesta.
-Es
sólo...
Comienzo
a hablar nada más verla suspirar, me siento demasiado culpable, más
incluso de lo normal.
-...las
fotos.-digo mirando hacia los cuadros.
Mi
madre se gira para entender de lo que yo estaba hablando. Posa sus
ojos en los cuadros llenos de fotografías y vuelve a asentir.
-Puedo
explicarte quienes son.-dice mi madre mientras descuelga los cuadros
de la pared.
Se
acerca hacia mí con los cuadros en las manos y se sienta en la cama,
a mi lado.
Comienza
a a pasar los cuadros uno a uno, como si quisiera ordenarlos. Coge un
cuadro y los otros dos los deja a un lado. En ese cuadro hay cinco
fotografías donde aparece solamente la chica guapa.
-Esta
es Hayley Johnson -dice señalándola.- es tu mejor amiga.
Por
un momento me imagino estar a su lado, hablar con ella y reírme
junto a ella. Quiero volver a conocerla.
-¿Cuánto
tiempo hace que somos amigas?-pregunto intrigada.
-Os
conocéis desde que estabais en preescolar, hace unos trece años-me
explica sonriendo.- pero decidisteis ser mejores amigas hace séis
años, desde entonces, sois inseparables.
Asiento
sonriendo y mi madre prosigue con su discurso. Deja el cuadro con las
fotos de Hayley y coge uno donde sale el chico de pelo cobrizo y el
chico de los ojos verdes.
-Este
es Steven Benson, el novio de Hayley.-dice señalando al chico de
pelo cobrizo.
-Y
este..-sigue diciendo señalando a el chico de ojos verdes.-..él es
Daren Hale.
Mi
madre hace una pausa, pero sé que no ha acabado de presentar al
chico de ojos verdes. Queda algo más y me temo que sé lo que es,
aunque rezo por estar equivocada.
-Es
tu novio, Alex.-dice mi madre soltando la frase que sabía que iba a
pronunciar.
Noto
un gran peso sobre mí y el sentimiento de culpabilidad aumenta cada
vez más. Contra más personas conozco, más grande es.
Suspiro
profundamente, deseando ahogarme con mi propio aire para poder acabar
con esta tortura.
-El
doctor dijo que los primeros días serían los peores.-dice mi madre
para tranquilizarme.
Me
froto las manos en mis pantalones para secarme el sudor frio.
-¿Quieres
que siga?
Sacudo
la cabeza.
Me
estoy agobiando demasiado. Me tiemblan las piernas, las manos, y un
sudor helado está bajando por mi nuca. Mi madre se da cuenta de
ello, se levanta de la cama y me coge la cara entre sus manos.
-No
te preocupes, mi vida.-dice dándome un beso en la frente y
soltándome la cara.-No tienes que hacer nada que no quieras.-me
recuerda.
-Lo
sé.-digo, adivinando a lo que mi madre se ha referido.
-¿Vamos?-dice
mi madre señalando la puerta con la cabeza.
-Vamos.-le
digo mientras me levanto de la cama.
Durante
la cena no ocurre nada importante. Mi padre, mi madre y yo nos
sentamos en la mesa grande de madera del salón y comemos sin casi
decir una palabra. Saboreo cada macarrón antes de llevarme el
siguiente a la boca. Me encanta esta comida.
Pronto
me termino el plato, así que pido permiso para retirarme de la mesa
y vuelvo a subir a mi habitación. Me gusta pasar tiempo sola, para
pensar y organizar mi cabeza vacía.
Vuelvo
a abrir la puerta de madera y vuelvo a entrar en aquella habitación,
miro el reloj de pared que hay justo encima del escritorio. La aguja
pequeña indica el número nueve y la grande apunta al seis, sé que
son las nueve, pero no sé descifrar la aguja grande.
Atravieso
mi cuarto en tres zancadas, alcanzo el portátil con una mano y me
tumbo en la cama con el portátil en mi regazo.
Lo
abro, lo enciendo y cuando aparece la imagen de la pantalla
principal, vuelvo a cerrarlo con un movimiento fuerte y brusco. A
pesar de mis esfuerzos, la imagen se queda perfectamente vívida en
mi memoria: Dos personas felizmente enamoradas besándose mientras
ríen.
Hubiera
sido una imagen que me hubiera gustado y conmovido de no ser porque
aquellas dos personas eramos Daren y yo.
La
culpabilidad vuelve como un rayo hacia mí. Trato de reprimirla, pero
ya no puedo. Dejo el portátil sobre el suelo, me hago un ovillo
dentro de la cama y dejo que las emociones y sentimientos reprimidos
durante todo el día se apoderen de mí. Las lágrimas comienzan a
derramarse por mis mejillas como pequeñas cascadas y la respiración
entrecortada crea a su vez leves gemidos irregulares.
Dejo
sacar todo lo que llevaba aguantando con tanta fuerza. Y después de
eso, la relajación viene por si sola, tan inesperada y tan
reconfortante que el sueño me arrastra, sin darme cuenta, al abismo
de la subconsciencia.
sábado, 21 de marzo de 2015
PARTE 2. CAPÍTULO 3. “Empezar desde la nada”
Lo
primero que diviso tras bajar del coche son los frondosos y verdes
arbustos que rodean y escoltan a lo que a partir de ahora llamaré
hogar.
Tras
ellos, una preciosa casa color chocolate claro asoma su planta
superior y tejado, también color marrón, pero oscuro. Parece de
cuentos de hadas, no por lo bonita que es, si no por la gran cantidad
de plantas y flores que la rodean y la decoran.
El
aire otoñal me llena los pulmones y me los limpia. Suspiro
profundamente, anhelando la máxima cantidad de aire posible mientras
sigo examinando cada parte exterior de la casa.
-¿Te
gusta?-pregunta mi madre acercándose a mí, con Henry, mi padre,
tras ella.
No
sé qué responder, no tengo palabras. Es preciosa.
-Me
encanta.-digo al fin, tratando de buscar las palabras más adecuadas
en comparación con lo que siento ahora mismo.
-El
color...-sigo diciendo, pero me quedo estancada.
-Lo
elegiste tu.-me recuerda Henry con una sonrisa.
-¿De
verdad?-digo sonriendo yo también.
Debe
de ser verdad, ya que sinceramente me encanta el color.
Sigo
varios segundos más observando la casa, hipnotizada por su
perfección y sus colores.
En
la planta superior, que es la única planta que me alcanza la vista a
ver, hay dos ventanas: una grande rectangular en la parte izquierda y
otra más pequeña redonda en la parte derecha, ambas de madera
oscura. Una maceta con flores rosas cuelga desde la ventana
rectangular y una hiedra verde claro da color a la parte derecha de
la casa, trepando desde el suelo hasta el tejado.
-¿Lista
para entrar?-me pregunta mi madre mientras me frota el brazo con
cariño.
Despego
mis ojos de la hiedra y los poso en ella. Le sonrío en modo de
respuesta y me dirijo decidida hacia los escalones de piedra que
llevan a la casa.
Los
subo uno a uno, comiéndome todo con la mirada y tratando que obtener
y sacar la máxima información posible de cada detalle. Rozo los
arbustos con las yemas de los dedos mientras avanzo. Trato de
descifrar el olor, y aunque me resulta familiar, no obtengo una
respuesta.
Finalmente
llego a lo que sería la puerta principal de la casa. Es grande, de
madera oscura como las ventanas y labrada con formas irregulares que
no identifico. Paso la mano por ella, notando cada figura extraña en
mi palma. Mi dedos se topan con la cerradura. Miro a mi madre quien
me mira con ojos expectantes.
-¿Quieres
abrirla tú?-me pregunta con la llave entre sus dedos.
Sin
decir palabra cojo la llave de su mano y me quedo mirándola mientras
la sujeto por la parte redonda. Miro de nuevo la cerradura y trato de
encajar la llave en ella. Lo intento dos y hasta tres veces, pero no
entra. La mano comienza a temblar de los nervios.
-Al
revés, cariño.-me dice mi madre con voz suave.
-Claro.-respondo
rápidamente, como si fuera algo obvio para mí. Y probablemente lo
es.
Giro
la llave de posición con la mano temblorosa y trato de encajarla de
nuevo en la cerradura. Esta vez, la llave se desliza sin ningún
problema.
-Ahora
gira la mano hacia la derecha.-me explica mi padre desde atrás.
Giro
la mano suavemente hacia el lado indicado y escucho un leve “click”
que indica que la puerta está abierta. Empujo la puerta con mi mano
libre y ésta se abre con un pequeño crujido. Tomo aire antes de dar
el primer paso hacia mi hogar.
Cierro
los ojos y doy un paso hacia delante. Cuando los abro, la respiración
se me corta. Mi corazón no para de bombear rápida y fuertemente
debajo de mi pecho.
Me
encuentro en medio de una acogedora entrada, luminosa y espaciosa.
Decorada con tan solo varios cuadros, un espejo , una pequeña planta
y una exótica lámpara en una mesita de madera.
Miro
hacia arriba y me doy cuenta de que la luminosidad del día entra
gracias a dos grandes claraboyas que se encuentran en la parte más
alta de la casa, justo encima de la escalera que está situada a
pocos metros de mí, justo en frente.
Giro
la cabeza hacia mi derecha, donde encuentro un arco de madera en
mitad de la pared, dejando comunicado el salón con el resto de la
casa. Cruzo el arco y ahí está el salón. Tal y como me lo había
imaginado. Lo primero que me llama la atención es una pequeña
estatua de un buda color bronce viejo con adornos en madera y una
pregunta cruza mi mente como un relámpago.
-¿Somos
budistas?-pregunto desconcertada.
-No.-dice
mi padre riéndose.
-Te
encantaban los budas, la meditación, todas esas cosas-me explica.-
así que decidimos comprar uno de decoración.
-Ah.-es
lo único que pude responder.
Sigo
observando el salón y dando vueltas en él.
Los
cojines verdes con dibujos étnicos contrastan perfectamente con los
dos sofás de color crema y madera. Hay también varios cuadros con
muchos colores y figuras extrañas, lo que hace resaltar la claridad
de las paredes. Hay macetas con flores en todas las superficies
planas posibles: sobre el borde de la chimenea, sobre una pequeña
mesa de café, sobre una estantería casi llena de libros y sobre una
gran mesa de madera rodeada de sillas, donde supongo que comíamos
todos juntos.
En
la pared derecha, al lado de donde se encuentra la televisión
situada, hay un gran ventanal que deja ver un enorme y frondoso
jardín lleno de flores. Siento el impulso de correr hacia él,
romper el cristal de un empujón y tirarme en la hierba verde y
húmeda. Pero reprimo esa emoción de locura y prosigo con la visita
de mi propia casa.
Paso
de nuevo por la entrada, para esta vez, abrir la pequeña puerta de
madera que se encontraba en la pared izquierda. Cuando la abro, lo
primero que veo es una espaciosa encimera de color marrón con la
superficie de arriba color crema, una nevera bastante grande
plateada, una tostadora roja y muchos más electrodomésticos de
cocina que no puedo identificar sin verlos funcionando. Una pequeña
lámpara plateada y blanca cuelga del techo, dando claridad a la
habitación.
Ando
a través de la cocina y cuando llego a la parte final, me topo con
un cuadro. Pero no es un cuadro cualquiera. Es una foto donde hay
tres personas riendo y abrazadas: Ángela, mi madre; Henry, mi padre;
y yo; y en el fondo, se puede divisar la orilla de una playa, incluso
se pueden ver las olas rompiendo unas con otras.
Ver
esa fotografía me hace romperme en pedazos. Éramos una familia
feliz. A lo mejor teníamos imperfecciones, pero ¿Qué familia no
las tiene? Éramos felices como éramos. Y ahora, por mucho que
quiera o por mucho que lo intente, no vamos a volver a ser los mismo
que éramos.
La
vida da giros, vueltas inexplicables y ni si quieras te das cuenta de
ello. Un simple segundo puede cambiarlo todo para siempre,
literalmente.
jueves, 12 de marzo de 2015
PARTE 2. CAÍTULO 2. "Todo es nada"
Estoy
tumbada en un sillón, apoyando mi cabeza sobre el apoyabrazos
esperando mientras obtienen el resultado de la primera prueba, una
resonancia magnética.
No
es un gran misterio, solo te introducen en un tubo cilíndrico
metálico tumbado en una camilla dura y tienes que esperar bastante
tiempo. Bastante. Aunque no tanto comparado con el tiempo que tienes
que esperar para que te den el resultado.
Me
estiro en el sillón, tratando de quitar tensión a mis músculos
contraídos. Miro hacia arriba, observo como una pequeña tela de
araña se ha formado en la esquina superior del techo, y como varias
moscas han quedado atrapadas en ella. Trato de distraerme lo máximo
que puedo, porque sino, tendré que enfrentarme a la realidad. Una
realidad desconocida y aterradora para mí.
Observo
a la mujer que está sentada al otro lado de la habitación en un
sillón idéntico al mío. Lleva el pelo recogido en un pasador, pero
algunos rizos oscuros caen irregulares sobre su espalda. Me quedo
mirándola durante bastante tiempo, pero ella no parece percatarse de
ello. Su piel morena trata de disimular las medias lunas oscuras que
están cayéndole justo debajo de ambos ojos, lo que le hace parecer
demasiado cansada.
La
sigo mirando durante más tiempo, y a pesar de las imperfecciones de
su rostro causadas por el malestar y la vejez, me veo reflejada en
ella.
Sus
ojos marrones rasgados son los míos, sus labios finos y rosados son
los míos, ¿Cómo no me voy a ver reflejada en ella?
Aquella
mujer que está sentada tristemente en el sillón esperando conmigo
el resultado de las pruebas es mi madre.
Y
lo peor es que hace unas horas ni siquiera lo sabía.
Una
señora vestida de blanco aparece por la puerta y la mujer que estaba
conmigo en la habitación, mi madre, se levanta rápidamente del
sillón.
La
señora se aclara la voz.
-Ya
están listos los resultados.-anuncia.-El doctor os espera en su
despacho, seguidme.-dice haciéndonos una señal para que vayamos con
ella.
Me
levanto lentamente pensando cada movimiento. Camino poco a poco
agarrándome de todo lo que está a mi alcance mientras avanzo.
Mi
madre parece darse cuenta, así que se espera hasta que estoy a su
misma altura y me ofrece su mano.
Dudo
un instante antes de sonreír tímidamente y aferrarme a su brazo.
Una sensación nueva aparece repentinamente, y no me gusta.
Culpabilidad.
Me siento culpable. Culpable por no acordarme de ella.
Culpable porque esta mujer que está ahora mismo sujetándome me ha
visto nacer, crecer y lo más imprescindible, me ha criado, me ha
ayudado y me ha enseñado cosas que probablemente nadie pueda volver
a hacer. Y no recuerdo nada.
Las
piernas me tiemblan levemente por culpa de esta sensación.
-¿Estás
bien, cariño?.-pregunta mi madre con la preocupación clavada en los
ojos.
Asiento
rápidamente y prosigo andando. Trato de concentrar toda mi atención
en algo diferente para no volver a pensar en ello.
Llegamos
al despacho. Por fin.
La
señora de blanco, que supongo que es una enfermera, llama a la
puerta de madera con los nudillos y posteriormente, la abre
cuidadosamente.
-Adelante.-dice
una voz muy grave. Obviamente de un hombre.
La
enfermera, mi madre y yo entramos al despacho. Es luminoso. La luz
entra notablemente a través de una gran ventana en la pared
izquierda. Las paredes son blancas, lo que hace parecer el despacho
más luminoso aún.
El
doctor se encuentra sentado detrás de un escritorio de madera
cobriza, a juego con una estantería llena de diplomas, cuadros y
trofeos. Me quedo observando una fotografía de una niña en la
segunda repisa de la estantería. Es pequeña, al rededor de unos
siete u ocho años, rubia, con ojos claros y piel clara. Me pregunto
si es su hija. Es preciosa.
-Alex-la
voz grave del doctor rompe el hilo de mis pensamientos.-¿Te importa
esperar afuera?
Me
quedo mirándolo perpleja. Asimilo la pregunta y asiento lentamente
aunque verdaderamente no quiero marcharme de aquella sala.
Cruzo
de nuevo la puerta y me siento en uno de los muchos sofás que hay en
el pasillo. Y espero allí tratando de no pensar demasiado.
Tras
varios (bastantes) minutos, mi madre aparece por la puerta. Trato de
leerle el pensamiento a través de su expresión facial, pero no dice
mucho.
Me
levanto del sofá, el cual se había amoldado ya a la forma de mi
trasero, y me dirijo hacía ella rezando por obtener más información
de la que tengo, la cual no es mucha.
Miro
a mi madre con ojos expectantes y ella responde con un asentimiento.
Mi
madre se acerca más a mí, me coge la cara con ambas manos y me besa
la frente. Me quedo petrificada. Es la primera vez, que yo recuerde,
que me hace eso. No me desagrada. Me gusta.
Me
gusta su olor. Así que cuando ella se retira, yo vuelvo a acercarme
y le paso mis brazos por su cintura, pegándola más hacia mí. Ella
parece confundida, pero aún así, no me rechaza y me envuelve en sus
finos brazos. Entierro mi cara en su pelo, tratando de inhalar lo
máximo posible su fragancia.
-No
son noticias malas.-dice al fin, aún con sus brazos rozándome la
espalda.
Me
retiro un poco de ella para mirarla a los ojos.
-Y
tampoco son noticias buenas.-se contradice.
Estoy
confundida. Ella parece notarlo y trata de explicármelo.
-Puede
tratarse de un laguna.-dice poniéndome un mechón de pelo rebelde
detrás de la oreja.-Podrías recuperar tu memoria.
Sonrío
al escuchar la noticia, pero mi madre no lo hace.
-¿O?-pregunto
esperando lo peor.
-O
puede tratarse de una pérdida permanente-dice susurrando.-Y no poder
recuperar nunca tus recuerdos.
Dice
las últimas palabras desganada, sin fuerza, como si aquella frase le
sacara la vida. Esa información no me coge desprevenida, ya lo
sabía, siempre había existido esa posibilidad.
-Mientras
tanto-dice mi madre aclarándose la voz.-el doctor me ha aconsejado
que hagas vida normal, la vida que solías hacer antes del accidente;
eso, a lo mejor, te ayudará a recuperarte.
Asiento
levemente. Vida normal. ¿Cómo pretende que haga vida normal si tan
siquiera me acuerdo de quién soy? La realidad vuelve a golpearme con
tanta fuerza que mi visión se nubla, mis piernas comienzan a temblar
de nuevo y mi garganta empieza a gemir por sí sola.
No
entiendo lo que me pasa.
Mi
madre me sujeta por el brazo, evitando que mi cuerpo se estampe
contra el suelo. Me sienta de nuevo en el sofá y llama a la
enfermera. Entre las dos tratan de tranquilizarme, me ofrecen agua
junto a una pastilla pequeña y me la trago sin preguntar.
-Es
normal este tipo de reacciones-nos explica la enfermera.-son ataques
leves de ansiedad.
Mi
madre sigue con su mano en mi brazo, agarrándolo con fuerza, como si
temiera soltarlo. La enfermera me mira a los ojos, y luego a mi
madre.
-¿Te
encuentras bien?
-Ajá.-digo
casi susurrando.
-Si
necesitáis algo, avisadme.-dice la enfermera mientras se levanta de
nuestro lado, me roza la mejilla con su mano y desaparece por el
pasillo.
Mi
madre y yo nos volvemos a quedar solas.
Suavemente,
mi madre retira su mano de mi brazo y la apoya en mi regazo. Me viene
a la mente una pregunta, así que sin dudar, la suelto.
-¿Por
qué me ha pasado esto?-pregunto con un tono triste de voz.
-Insuficiencia
de oxígeno al cerebro.-responde con la mirada perdida.
La
miro sin comprender, ¿cuándo ha pasado eso?
-¿Recuerdas
que el doctor dijo que te encontrabas en una situación muy crítica?
Asentí
rápidamente.
-Pues
tu corazón se paró durante unos minutos.-dice mi madre con voz
temblorosa-Estuviste muerta durante dos minutos y medio
aproximadamente.
Mi
madre se lleva la mano a su boca, como si intentara de reprimir un
grito. Me quedo mirándola estupefacta mientras una lágrima se le
derrama por la mejilla. Siento un nudo enorme en mi garganta pero
consigo ahogar mis lágrimas.
-Luego
tu corazón volvió a bombear y volviste a respirar-sigue
explicándome-pero tu cerebro se quedó un instante sin oxígeno.
Termina
su explicación con un suspiro.
La
nueva sensación de culpabilidad que descubrí vuelve a surgir. Debe
de quererme tanto, y yo, sin embrago, no puedo quererla. Todavía.
Es
cruel, pero es la realidad.
Tras
un largo tiempo sentadas en el sofá, decidimos volver a levantarnos,
recoger todas mis cosas del hospital y tomar rumbo hacia casa.
Me
encuentro en frente de las puertas principales del hospital. Miro
hacia mi madre, quien está esperando con la maleta a que yo avance.
Pero me quedo helada.
Mi
madre suelta la carga en el suelo, avanza hasta mí y me frota la
espalda mientras me abraza.
-Comenzaremos
de nuevo, cariño.-me dice susurrándome en el oído.-Nos cambiaremos
de ciudad si lo deseas, comenzaremos tu padre y yo una nueva vida
junto a tí.
Sacudo
la cabeza.
-No.-digo
segura de mi respuesta.-Mi vida está destruida, pero no os voy a
destruir la vuestra.
Mi
madre me mira a los ojos y me coge de los hombros.
-Alex,
tu eres nuestra vida.-me dice firmemente.- Y no estás destruida,
sólo desorientada.
Sonrío
y la abrazo con fuerza. Ella hace lo mismo y nos quedamos durante
unos segundos como estatuas mientras nos abrazamos.
-¡Alex!
Escucho
una voz lejana nombrarme.
Mi
madre y yo nos giramos a la vez. Reconozco a aquella persona.
El
hombre avanza corriendo hacia nosotras, empuja la puerta grande
principal del hospital haciendo que se abra de par en par, da dos
pasos hacia mí y me envuelve entre sus enormes brazos.
Lo
había reconocido por una foto que mi madre me había enseñado horas
atrás.
Es mi padre.
Dudo
un poco antes de rodear su cintura con mis brazos, pero finalmente lo
hago. Mi madre se une al abrazo y nos quedamos en esa misma postura
durante varios minutos.
Mi
padre se despega el primero para darme un beso en la frente.
-Me
llamo Henry Fitzgerald.-se presenta al igual que lo había hecho esa
misma mañana mi madre.
-Ya
lo sé-digo con una sonrisa, veo que su expresión facial cambia, así
que vuelvo a hablar para no crear un malentendido.-me lo ha explicado
Ángela.., mi madre.-corrijo rápidamente.
Mi
padre asiente varias veces y su expresión vuelve a cambiar. Le había
dado esperanzas, por un segundo Henry, mi padre, había pensando que
mis recuerdos habían vuelto. La culpa...
Me
estoy cansando de esa sensación.
Mi
padre es el primero que rompe el silencio.
-¿Vamos
a casa?-pregunta sonriendo.
Sonrío
yo también y asiento.
Henry
coge la maleta del suelo y se la carga al hombro, apoya la otra mano
sobrante sobre mi hombro izquierdo. Mi madre me da un beso en la
mejilla y me sujeta la mano.
Los
tres cruzamos las puertas del hospital a la vez.
Las
puertas de lo que había sido como mi tumba durante cinco
interminables meses.
miércoles, 4 de marzo de 2015
PARTE 2. CAPÍTULO 1 “Nada”
Siento
los pies.
Siento
las manos.
Siento
cada cosa donde debería estar, incluso noto el corazón latiendo
debajo de mi pecho.
Siento
el aire que procede de alguna ventana cercana, me agita un mechón de
pelo y lo deja caer en mis ojos.
Lo
siento, siento el mechón de pelo molestándome y haciéndome
cosquillas en el párpado. Intento apartarlo de mi cara pero no puedo
mover el brazo.
Siento
la sábana entrelazada por mis dedos. La siento con el tacto e
intento recorrer el borde de ella con mi dedo. Siento como mi dedo
obedece y se pasea sutilmente por el borde de hilo de la tela. Un
impulso de felicidad junto con adrenalina me recorre todas las venas
y siento el corazón palpitar con más fuerza, con ansia. Intento
menear más dedos. Palpo el borde de la cama con la mano, notando
cada arruga y cada imperfección de ella.
Tardo
alrededor de una eternidad en poner activa todas las células de mi
cuerpo que parecían estar muertas. Siento todo mi cuerpo y lo siento
capaz de empezar a vivir de nuevo de una vez por todas.
Solo
me queda una cosa.
Intento
abrir los ojos, aunque sea un poco, pero pesan demasiado.
Lo
más simple del mundo me parece imposible conseguirlo. Arrugo un poco
la nariz para poder impulsar los párpados con ella. Una línea de
luz aparece por la parte inferior de la negrura. Intento abrirlos más
pero siento la necesidad de cerrarlos de nuevo, así que los cierro y
los intento abrir de nuevo. Diviso una sábana blanca cubriéndome
entera.
Cierro
los ojos y los vuelvo a abrir esta vez un poco más. Una lágrima
aparece a través de ellos, nublándome la visión. Consigo levantar
el brazo lo suficiente como para secármela con la mano. Intento
probar algo nuevo.
Abro
la boca e intento decir algo, lo que sea. Pero lo único que consigo
hacer son ruidos y gemidos sin sentido, me siento estúpida, ¿Por
qué no me ayudan? Lo intento de nuevo.
-Mm-a
m.-digo, o gimo.
-Mam.-intento
de nuevo.
-¡Mamma!-elevo
el tono de voz para que me escuchen, pero nadie parece hacerlo.
-¡Mamá!-consigo
gritar, claro y alto, lo suficiente como para que alguien que está
en la habitación lo escuche.
Pero
no hay respuesta, nada. Silencio.
Vuelvo
a la opción de los ojos y esta vez consigo abrirlos por la mitad,
dejándome ver que no hay nadie en la habitación, está
completamente vacía. Silencio sepulcral. Como si fuera la única de
todo el hospital, cosa que es imposible.
Decido
que ya es hora que hacer algo más productivo si nadie va a venir a
ayudarme, como por ejemplo, levantarme un poco.
Tardo
otra eternidad en ponerme sentada en la cama, pero lo consigo, yo
sola, sin ayuda de nadie. Y de nuevo, consigo ponerme de pie,
ignorando los temblores de las piernas que parecen no poder soportar
el peso de mi cuerpo.
Me
agarro a la esquina de la cama y voy andando poco a poco pero algo me
impide avanzar más. Miro a mi izquierda y veo millones de cables
enganchados a mí, con millones me refiero a tres o cuatro. Me quito
una aguja que tenía en la mano y varios parches que indicaban las
pulsaciones de mi corazón, esto hace que la maquina deje pitar
regularmente y haga un único sonido agudo e irritante. Me despego y
quito los demás cables a tirones haciéndome daño en algunas zonas
de mi cuerpo, pero me da igual.
Cuando
por fin estoy libre de ataduras comienzo a andar de nuevo.
Avanzo
por la habitación blanca, todo parece tan luminoso, parece un sueño.
Rezo porque no lo sea. Voy tocando todo lo que está a mi alcance,
las sábanas de la cama, la colcha, la barra metálica, la pared
lisa, mi camisón, mis brazos, me faltan cosas para tocar.
Miro
a mi izquierda y la luz que entra por la ventana me ciega, pero no me
molesta, hacía tanto que los rayos del sol no incidían sobre mí
que incluso me agrada. Dejo que el sol siga quemándome un poco la
piel mientras observo la habitación de nuevo. Toda blanca, sin
ninguna prenda o cosa fuera de su lugar, todo está tan ordenado que
parece que ha estado desértica todo el tiempo que he estado
inconsciente. El silencio, me preocupa tanto silencio. Solo escucho
mis irregulares respiraciones.
Giro
la cabeza hacia la puerta, una puerta blanca con una pequeña ventana
redonda en lo alto y el pomo metálico. Voy hacia ella
cuidadosamente, tocando todo y apoyándome para no perder el
equilibrio.
Llego
hasta ella, la toco y apoyo todo mi cuerpo sobre la pared de al lado
para descansar. La pared está fría, igual que lo parece estar todo,
excepto la luminosidad que entra por la ventana.
Vuelvo
a incorporarme e intento asomarme por la pequeña ventana de la
puerta, pero está demasiado alta para mi alcance. Me pongo que
puntillas pero sólo consigo ver el techo blanco de la sala de
afuera. Así que decido girar el pomo. Aferro la pieza metálica con
la mano y la giro hacia la derecha, hace un sonido extraño pero el
pomo no sigue girando, está atascado. Echo un vistazo por la puerta
y un pequeño pestillo me llama la atención.
Giro
el pestillo y vuelvo a intentar abrir la puerta. Esta vez nada impide
la movilidad del pomo, y éste gira hasta el final, terminando su
recorrido con un “click” que indica la obertura de la puerta.
Abro
la puerta silenciosamente mientras veo y escucho por la ranura todo
lo que está mi alcance. Veo un escritorio de cristal a pocos metros
de mí, donde una mujer rubia con gafas rojas teclea un ordenador sin
inmutarse de mi movimiento, veo gente andando por los pasillos,
enfermeros, médicos y gente esperando en sillones. El murmullo es
mínimo comparado con la de gente que hay. Abro cada vez un poco más
la puerta hasta que estoy prácticamente al alcance de la vista de
todos.
La
mujer rubia nota mi presencia y se vuelve hacia mí. Alarmada avisa
al doctor que está justo detrás de ella y éste se vuelve también
hacia mí y se encamina hacia mi dirección.
-¡Alex!
Dios mío, ¿cómo demonios…? Alex, ¿Cuándo..?-el doctor no
termina ninguna de las preguntas, tan solo se limita a llamarme Alex
y me dirige de nuevo hacia la habitación.
Me
tumba de nuevo en la cama, cosa que odio. Y me vuelve a poner todos
los tubos incluyendo las agujas, cosa que odio más.
-He
avisado a un doctor para que avisen a tus padres.
Mis
padres.
-Alex,
dios mío…-prosigue.-te encontrabas en un estado muy crítico,
¿cómo te sientes? ¿Cómo lo has hecho, hija?- el doctor me mira
intensamente con sus ojos marrones mientras apoya una mano en mi
frente y me acaricia el hombro.
-Alex,
por favor,-sigue suplicando.-di algo.
No
sé qué decir.
-Alex…
En
realidad si sé que decir, si sé que preguntar, así que antes de
que me formule otra pregunta que me aturda más, me adelanto y le
pregunto:
-¿Quién
es Alex?
miércoles, 25 de febrero de 2015
PARTE 1. CAPÍTULO 4 "El momento nunca llega"
Al
día siguiente alguien entra en la habitación por la mañana sin
llamar, cosa que me sorprende.
-Perdón-dice
una voz conocida-no he llamado porque... bueno, tampoco es que vayas
a responder... lo siento.
Yael
aparece por la puerta con una sonrisa de oreja a oreja. Lleva el pelo
alborotado, como siempre, un jersey azul que le va a juego con sus
ojos y unos vaqueros rotos oscuros.
-¿Qué
tal estás, Bella Durmiente?-dice cruzando la habitación.
Sonrío
interiormente. Me percato de que algo en él ha cambiado. Cuando
vuelve a abrir la boca, averiguo de que se trata. Un pequeño alambre
le recorre la boca de un lado a otro, con pequeñas gomas de color
azul oscuro.
Le
han puesto aparatos.
-¡Muy
bien, Yael!-dice él con voz chillona tratando de imitar la mía,
aunque no se parece en nada.
Deseo
reírme, como hacía antes. Antes de quedarme así. Antes, mucho
antes...
Yael
se acercó a mí con el hilo colgando entre sus dedos y con una
sonrisa enorme.
-¿Estás
seguro?-dije entre risas.
Yael
empezó a reírse mientras sacudía su cabeza de un lado a otro,
haciendo que los mechones de pelo se le cayeran sobre los ojos.
No
podía parar de reírme, parte de ello debido a los nervios y al
miedo que sentía en aquel momento. Sentí la saliva salirse de su
sitio por culpa de las carcajadas, y la limpié con la manga de un
manotazo.
-Venga,
hazlo rápido.-dije riéndome aún.
Dejé
la boca abierta, Yael se aproximó a mí y enredó el hilo en el
último diente de leche que me quedaba. Sus manos temblaban por la
risa que aún se apoderaba de él.
-¿Lista?
Sin
esperar ninguna respuesta, Yael tiró del hilo fuertemente, haciendo
que mi diente saliera disparado hacia arriba.
Ambos
nos quedamos boquiabiertos mientras observábamos el diente caer y
rodar por el suelo. Sentí un leve pinchazo en la encía, así que me
llevé el dedo hacía ella. Lo retiré y una gota de sangre manchaba
mi yema.
Miré
a Yael incrédula y él empezó a reír de nuevo. Se acercó a mí,
esta vez sin el hilo, y me abrazó mientras los dos reíamos.
-Lo
siento por no haber podido venir estos últimos días, ya sabes, el
verano, el principio del curso, las nuevas chicas… Ya sabes…
Ojala
pudiera darle uno de mis sabios consejos femeninos, pero da igual, no
me escucharía de todos modos. Deseo tanto abrazarle en estos
momentos.
-Ten
cuidado con las chicas, Yael.-dice volviendo a imitar mi voz
chillona.
-Sí,
Alex.-dice respondiéndose él mismo.
Se
ríe mirándome y se deja caer sobre el sillón donde se habían
sentado ya tantas personas..
Todo
huele diferente. Huele a felicidad, la felicidad que Yael ha traído
consigo, la echo de menos. Mucho.
Yael
suspira y empieza a rascarse la cabeza, como si se estuviera
cuestionando algo interiormente.
-No
quiero ser aguafiestas, ni arruinar probablemente el único momento
de diversión que has tenido en todo el día… o en toda la
semana-dice esto último susurrando, pero su rostro a cambiado, su
hoyuelo a desaparecido y su cara tiene un aspecto mucho más serio,
cosa que me preocupa.
Le
doy la razón sin remota cuestión. Esto para mí, ahora mismo, es
mejor que ver la televisión, sin comparación.
-Necesito
que sepas algo-comienza diciendo.-Ya sé que estás con Daren…
Bueno
eso ya no lo sabía ni yo, ¿Seguíamos siendo novios?
-Bueno,
el caso es…-se sigue trabando.-bueno, ya sabes que llevamos siendo
amigos desde hace muchos años… Y me enfadé mucho cuando elegiste
a Daren antes que a mí, me dolió muchísimo, no sabes cuánto y
bueno…
Se
pasa la mano por el pelo y se toca la cara con ambas manos, como si
le costara mucho esfuerzo decir lo que estaba a punto de decir. Su
pierna comienza a temblar convulsivamente, y una gota de sudor le cae
por la frente.
-No
sé si estarás escuchando esto o no, Alex, pero quiero que sepas que
yo siempre voy a estar aquí, contigo…
Sus
palabras me llegan, y duelen. No porque me esté dando cuenta de todo
el daño que le hice, sino porque más bien esto suena a sermón de
despedida.
Yael
se acerca más a mi camilla y me coge la mano llena de tubos entre
las suyas.
-Sólo
recuerda...-trata de decir, pero se detiene antes de acabar la frase.
No
lo entiendo, ¿Qué quiere decir con todo esto? ¿Va a dejar de
visitarme o realmente me dice esto porque quiere darme ánimos?
-Alex,
llevas cinco meses en coma, cinco meses sin verte sonreír…-prosigue
diciendo.- antes incluso te observaba a escondidas en el recreo para
verte-dice con una pequeña risa vergonzosa.- esto último no se lo
digas a mucha gente ¿vale? Tengo una reputación que mantener…
Nos
reímos los dos a la vez, pero él se sonroja así que doy por
supuesto que es verdad lo que ha dicho, lo cual me hace más gracia
aún.
-Con
todo esto quiero decir, que intentes luchar, ¿vale?.-suelta esto
último como un bomba, rápido pero letal. ¿Qué luche? ¿Cómo se
supone que voy a luchar?
-Alex,
sólo intenta recuperarte, no lo sé…-deja la frase a medio decir,
y se vuelve a llevar las manos a la cabeza.
-Joder,
Alex, te quiero.-dice mientras se muerde el labio inferior y se le
levanta rápidamente del sillón.
Me
quedo como una piedra, es gracioso decirlo ya que literalmente estoy
como una piedra, pero noto como si mi respiración se entrecortara.
Sus
palabras me taladran la mente. Yo también quiero a Yael, pero como
un amigo. Por Dios, es como mi hermano.
Él
también me quiere de esa manera. Como se quieren los
hermanos...¿verdad?
Estoy
confusa. Mis pensamientos se mezclan. Aunque recuerdo cuando salió
de mi boca aquellas exactas palabras.
Sí,
me declaré a Yael hace muchos años atrás. Cuando yo llevaba
aparatos y tenía granos por toda la cara y él, en cambio, seguía
siendo rubio, con ojos azules y unas gafas que incluso le hacían más
guapo.
Ahora
los papales se han tornado. Y yo estoy en coma. ¿Por qué estoy
incluso pensando en esto?
Noto
que mi corazón se acelera un poco, y puedo demostrarlo porque el
aparato que mide mis latidos empieza a pitar un poco más rápido.
Yael parece notarlo.
-¿Alex?
¿Me escuchas?-dice acercándose más a mí.
Quiero
gritarle un “¡Sí!”, pero mis labios están sellados.
Yael
me coge la cara entre sus manos.
-Alex,
te quiero.
La
máquina vuelve a descontrolarse un poco. ¿Por qué se descontrola?
Yo ya no siento lo mismo por él…
-¡Te
quiero!-dice Yael gritando y riéndose a la vez.
De
repente los pitidos se vuelven más rápidos aún y a Yael se le
borra la sonrisa de la cara, parece asustado.
La
negrura llega sin previo aviso, todo se vuelve poco a poco más
oscuro y ya nada tiene sentido. Noto algo presionando mi cabeza, como
si deseara aplastarla. Mis pensamientos se distorsionan.
Escucho
a alguien gritando auxilio y los pitidos de mi corazón como un
murmullo. Intento ver algo por última vez pero tan solo veo a un
doctor emborronado llevándose a Yael de la habitación a empujones.
-Sólo
recuerda que te quie...
Es
lo último que escucho.
El
sentimiento de aplastamiento se extiende por todo mi cuerpo hasta
llegar a los dedos de los pies. Todo me pesa. Pesa demasiado y la
oscuridad me impide ver que está pasando.
“Tienes
que luchar más” recuerdo las palabras de Yael como un eco en mi
interior.
Siento
pequeños pero intensos calambres por todas las manos y brazos.
Quiero gritar de dolor pero mi boca no me obedece, al igual que en
todo este tiempo.
Los
calambres no cesan y pasan de los brazos a las piernas, destrozándome
desde las puntas de los dedos hasta la parte inferior de mi abdomen.
La negrura sigue avanzando, se lleva todo con ella. Intento
derrotarla, siento como puedo hacer fuerza con mi cuerpo para impedir
que todo se vuelva oscuro, pero es demasiado resistente y yo estoy
demasiado débil. Sigo luchando pero la negrura avanza cada vez más.
Todo
es negro.
Intento
gritar de nuevo.
Los
calambres se van, el dolor se va y me quedo cara a cara con la
oscuridad.
Ya
no tengo más fuerzas. Así que cuando noto que el peso vuelve de
nuevo no intento luchar, dejo que me aplaste.
martes, 17 de febrero de 2015
PARTE 1. CAPÍTULO 3 "Otro paso"
El
doctor retira la pequeña linterna de mi cara. La luz intensa
desaparece pero sigo sin mi visibilidad, todo lo que veo son parches
blancos y grises.
-El
primer signo de vida.-anuncia el doctor satisfecho con lo dicho.
Mis
padres y Daren siguen paralizados, mirando al doctor casi como si no
entendieran lo que escuchan.
-Es
una buena noticia.-dice como consecuencia de la poca efusividad
demostrada por mis padres.
Mi
madre suspira profundamente y observo como una lágrima se desborda
de su lagrimal. Mi padre se acerca más a ella y la abraza con ambos
brazos.
Daren
que sigue sin movilidad, se limita a sonreír.
-Es
una expulsión de líquidos, pero es también un signo positivo-sigue
informándonos el doctor.
Veo
a mis padres sonreír por primera vez desde hace meses. Eso me parte
el corazón. Se merecen ser felices.
Felicidad.
Es una palabra que creí que nunca más iba a escuchar o sentir.
El
doctor se acerca hacia ellos, lo que me dificulta la compresión de
lo que dice. Apoya una mano en el hombro de mi padre.
-No
quiero darle falsas ilusiones.-dice a media voz.
Carraspea
para aclararse la garganta y prosigue.
-Es
verdad que Alejandra ha mostrado un signo de vitalidad, y eso es una
notable mejora-vuelve a apoyarse en su anterior discurso.-Pero eso no
quita la posibilidad de que nunca llegue a despertar.
Mi
madre agarra la mano de mi padre y asiente con la cabeza. Mi padre y
Daren sólo hacen mirar y escuchar al doctor.
-No
sabemos si seguirá progresando o se quedará estancada.-informa.-
Cada caso, cada persona es diferente.
Daren
se limpia las manos de sudor en sus pantalones y trata de hablar,
esta vez intentando controlar su voz para no tartamudear.
-Yo
sé cómo es Alex-dice susurrando.-Alex es fuerte y luchadora.
Sus
palabras me llegan hasta tal punto que siento las ganas de derramar
un millón de lágrimas más.
Veo
como Daren se vuelve cada vez más colorado. Sus mejillas están
encendidas y tiene las manos cerradas en un puño.
-Alex
saldrá de esta.-dice con los dientes apretados, haciendo que se le
defina el contorno de la mandíbula.- Tiene que hacerlo, tenéis que
hacerlo.
Esta
vez, mira desafiante al doctor.
-Nosotros
hacemos lo que podemos.-dice este defendiéndose tras la amenaza.
Mi
madre vuelve a mirar a Daren con ojos preocupados. Él coge su
chaqueta del sillón y se marcha a paso ligero por la puerta.
A
sido como darle un caramelo a un niño para después robárselo.
Vaya.
Yo pensaba que lo peor de estar en coma es que no podías moverte,
pero estaba equivocada.
Lo
peor de estar en coma es todo el daño que les haces a las personas a
las que quieres. Se desgastan poco a poco igual que yo, con roces,
pequeños roces que al final hacen grandes quemaduras.
Y
lo peor es no poder evitarlo.
Los
días pasan como siempre lo han hecho, iguales, irregulares y
aburridos. Hace más de una semana que nadie viene a visitarme
excepto mis padres.
La
verdad que nunca pensé que esto iba a ocurrir, mis amigas ya ni
siquiera se preocupan por mí, mi supuesto "novio" o
"ex-novio" solo vino para dejarme y besarme después...
Estoy completamente y literalmente sola.
Siento
como mi vida se hunde por momentos. Habrá algún momento cuando ya
ni siquiera mis padres de acuerden de mí. Llegará el momento en que
tendrán que dejarme ir si no despierto de este maldito coma.
Siempre
me he preguntado que habrá en el más allá, quiero decir, una vez
que mueres y supuestamente tu alma se va al “cielo”, ¿Qué es de
ti? ¿Llegas a algún sitio? ¿O, simplemente estás muerta?
Son
preguntas que me recomen la cabeza porque sé que estoy a un paso de
saber la respuesta.
Mi
madre aparece por la puerta de la habitación al día siguiente.
Lleva el pelo recogido en una coleta, haciendo que los rizos
desaparezcan. Tiene un fichero gris en la mano donde se puede leer la
palabra “Resultado” remarcada con un subrayador.
Mi
corazón empieza a acelerarse, ya que es la cosa más emocionante que
me va ha pasar en esta toda esta semana, y puede que en lo que queda
de mes. Me va a decir los resultados de las pruebas que me hicieron
hace cuatro días.
La
emoción comienza a aparecer, dejando tras ella cosquillas en la boca
del estómago, como mariposas, como los nervios que te entran antes
de quedar con un chico. Como los nervios que tuve antes de aquel
día...
Me
pasé la mano por el pelo para peinarme ya que el viento se había
encargado de desordenarlo. Al hacer ese gesto me di cuenta del
temblor que se apoderaba de mis manos. Las junté de golpe y me las
llevé al a boca para calentarlas un poco con el vaho, aun así sabía
que el temblor no iba a disminuir, ya que no temblaban del frio.
Hayley
me frotó la espalda con un mano y me besó la frente. Me giré hacia
ella y suspiré profundamente.
-¿No
es demasiado pronto?-pregunté con voz ronca.
-No.-contestó
Hayley.-Habéis quedado a las siete, ¿no?
-¡No
es eso, tonta!-dije riéndome más de la cuenta debido a los nervios.
Hayley
pareció confusa pero tras unos segundos se percató del verdadero
significado de mi pregunta.
-Alex.-dijo
cogiéndome de los hombros.-No se trata de tiempo, se trata de si de
verdad quieres hacerlo y de si de verdad él es la persona adecuada.
Miré
hacia abajo avergonzada de mí misma por la pregunta.
Hayley
me abrazó apoyó su cabeza sobre mi hombro.
-¿Tú
estás segura?
-No
lo sé.- el labio me tembló al contestar y eso se notó también en
la voz.
-Pues
si tu no lo sabes, yo menos.-dijo riéndose para quitarle importancia
al asunto.
Se
despegó de mí, pero conservó sus manos sobre mis hombros.
-¿Le
quieres?
La
pregunta me cogió desprevenida. ¿Le quiero? Sí, supongo.
-Sí.-contesté.-
Pero sé que no es el amor de mi vida.
-No
te estoy diciendo que sea el amor de tu existencia, sólo basta con
quererle.-dijo Hayley rozando mi mejilla con su mano derecha.
Esta
vez fui yo quien empezó el abrazo entre nosotras. Rodeé su cintura
con mis brazos y la traje hacia mí. Enterré mi cara entre su pelo y
el olor floral de su colonia me envolvió.
¿Le
quiero lo suficiente?
Oí
su moto viniendo desde varias manzanas más alejadas desde donde nos
encontrábamos. Mis músculos se contrajeron más aún.
Hayley
se alejó un poco más de mí para luego volver a acercarse hacia mi
oído.
-Si
pasa algo, llámame.-dijo susurrando con los ojos abiertos de par en
par.
No
entendía. Y Hayley debió darse cuenta porque añadió:
-Ya
sabes, Alex, si Daren te obliga hacer algo que no quieras...-Hayley
parecía incómoda, y yo también.
-No
pasará eso.-le corté.
-Por
si acaso.-Hayley me cogió la mano.-Llámame, por favor.
Asentí
con la cabeza y Hayley me dio un último abrazo antes de que Daren
apareciera con su moto. Era una enorme moto blanca y plateada
decorada con una raya turquesa en el lado derecho, a juego con su
casco.
Daren
se bajó de la moto y se quitó el casco turquesa, dejando a la vista
su piel morena, su pelo claro y sus maravillosos ojos verdes.
Mi
estómago dio un vuelco y sentí cosquillas en él. Como si tuviera
mariposas atrapadas allí.
Sí,
sí le quería. Estaba deslumbrante.
Se
dirigió hacia mí, que aún seguía petrificada en el mismo sitio, y
me dio un beso en los labios. Me sonrojé al tiempo que miraba a
Hayley. Odiaba mostrar mi amor hacia Daren delante de las gente.
-¿Vamos?-me
preguntó Daren, moviendo su cabeza en dirección a su moto.
-Vamos.
Me
despedí de Hayley, la cual estaba con una sonrisa de oreja a oreja,
y me subí en la moto con ayuda de Daren.
Me
coloqué el casco y la moto comenzó a vibrar. Eché una última
mirada a Hayley y sonreí. La moto empezó a andar y desapareció por
la calle.
El
viento me despeinaba y me secaba las manos entrelazadas alrededor de
la cintura de mi novio. Respiré profundamente deseando que los
latidos de mi corazón se ralentizaran. La adrenalina se derramaba
por mis venas. Cerré los ojos y disfruté del momento.
Al
fin la moto dejó de vibrar y hacer aquel horroroso ruido.
Abrí
los ojos y vi un descampado verde con flores asomadas entre la
hierba. En medio de este, un pequeño mantel amarillo descansaba
contrastando con los colores del paisaje. Divisé una pequeña cesta
blanca.
Me
bajé de la moto cuidadosamente y Daren aparcó la moto.
Algo
me rozó la cintura. Me giré y Daren se encontraba a escasos
centímetros de mí.
-¿Te
gusta?-me preguntó rozando sus labios en mi oreja.
-Mucho.-dije
rodeando su cuello con mis brazos.
Me
puse de puntillas y le besé. Posó sus manos en mi cintura de nuevo
y me atrajo más hacia él.
-Te
quiero.-me dijo con sus labios aún en los míos. Su aliento cálido
me rozó la mejilla. El vello se me erizó y un escalofrío me
recorrió todo el cuerpo.
-Y
yo a ti.-le dije observando sus increíbles ojos verdes. Podía
perderme en ellos.
“Enamórate
de sus ojos -me dijo una vez mi madre- es lo único que no
envejecerá” y lleva toda la razón.
Y
así, mientras le observaba sus ojos, me cogió entre sus brazos y me
arrastró hasta el pequeño mantel amarillo. Apartó la cesta blanca
con un manotazo, haciendo que los sándwiches del interior se
esparcieran por el césped.
-Daren-le
llamé aún con los labios entre los suyos.-Yo no sé...
Me
volvió a tapar la boca con la suya dejándome sin habla. Así que me
aparté de él para volver a decírselo.
-Daren,
no sé si estoy preparada.
Daren
se quedó petrificado y me miró a los ojos. Sus ojos seguían siendo
los mismo, eran verdes, pero algo había cambiado, algo casi
insignificante.
-Claro
que estás preparada.-me dijo entre una sonrisa.
Se
notaba que era una sonrisa falsa, no tenía ganas de reírse, ni
mucho menos. Era una sonrisa para tranquilizarme.
Volvió
a posar sus carnosos labios en los míos. Y su mano recorrió toda mi
cintura, hasta llegar a la parte delantera de mis pantalones.
Le
cogí la mano para detenerla antes de que desabrochara el botón. No
lo estaba. No estaba preparada.
-De
verdad, Daren, lo siento.-dije mientras me apartaba.
-Pero
¿Por qué?-preguntó, esta vez sin una sonrisa, más bien una mezcla
entre desesperación y confusión. -¿Ya no me quieres?
¿Qué?
-Claro
que te quiero.-dije rápidamente.
-Entonces
estás preparada.
Daren
desabrochó el botón de mi pantalón y me presionó con su cuerpo
hacia el suelo. Sentía la hierba pinchándome la espalda mientras él
me quitaba la camisa.
-No.-volví
a decir entrecortada.
Un
sollozo salió de mi garganta pero él pareció ignorarlo.
Las
piernas me temblaban junto con las manos. Intenté apartarme una y
mil veces, pero Daren me tenía presionada con su cuerpo. Así que no
forcejeé más, y dejé pasar lo que ya sabía que iba a pasar desde
un principio.
Y
así sucedió. Después de ese día, Daren se disculpó por haber
sido tan insistente, y como si nada, volvió a actuar con normalidad.
Tras una semana molesta con él, decidí perdonarle.
No
se lo conté a nadie, ni siquiera a Hayley.
Mi
madre carraspea para aclararse la voz.
-Alex,
aquí están los resultados.-dice moviendo la mano en el aire con el
fichero dando bandazos.
Sigue
andando hasta sentarse en mi cama, justo al lado mía. Abre el
fichero y comienza a leer interiormente. Me coge mi mano y la agarra
entre las suyas. Sonríe y asiente.
-Sí,
Alex, estás bien por ahora-dice suspirando- no hay síntomas de
nuevos traumatismos.
Se
agacha para besarme la frente. Anhelo sentir sus fríos y cortados
labios posarse sobre los míos, sé que están, pero no los siento.
-Sigue
así, cariño.-susurra, se levanta y desaparece por la puerta.
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