jueves, 12 de marzo de 2015

PARTE 2. CAÍTULO 2. "Todo es nada"

Estoy tumbada en un sillón, apoyando mi cabeza sobre el apoyabrazos esperando mientras obtienen el resultado de la primera prueba, una resonancia magnética.
No es un gran misterio, solo te introducen en un tubo cilíndrico metálico tumbado en una camilla dura y tienes que esperar bastante tiempo. Bastante. Aunque no tanto comparado con el tiempo que tienes que esperar para que te den el resultado.

Me estiro en el sillón, tratando de quitar tensión a mis músculos contraídos. Miro hacia arriba, observo como una pequeña tela de araña se ha formado en la esquina superior del techo, y como varias moscas han quedado atrapadas en ella. Trato de distraerme lo máximo que puedo, porque sino, tendré que enfrentarme a la realidad. Una realidad desconocida y aterradora para mí.

Observo a la mujer que está sentada al otro lado de la habitación en un sillón idéntico al mío. Lleva el pelo recogido en un pasador, pero algunos rizos oscuros caen irregulares sobre su espalda. Me quedo mirándola durante bastante tiempo, pero ella no parece percatarse de ello. Su piel morena trata de disimular las medias lunas oscuras que están cayéndole justo debajo de ambos ojos, lo que le hace parecer demasiado cansada.
La sigo mirando durante más tiempo, y a pesar de las imperfecciones de su rostro causadas por el malestar y la vejez, me veo reflejada en ella.
Sus ojos marrones rasgados son los míos, sus labios finos y rosados son los míos, ¿Cómo no me voy a ver reflejada en ella?

Aquella mujer que está sentada tristemente en el sillón esperando conmigo el resultado de las pruebas es mi madre.

Y lo peor es que hace unas horas ni siquiera lo sabía.


Una señora vestida de blanco aparece por la puerta y la mujer que estaba conmigo en la habitación, mi madre, se levanta rápidamente del sillón.
La señora se aclara la voz.
-Ya están listos los resultados.-anuncia.-El doctor os espera en su despacho, seguidme.-dice haciéndonos una señal para que vayamos con ella.
Me levanto lentamente pensando cada movimiento. Camino poco a poco agarrándome de todo lo que está a mi alcance mientras avanzo.
Mi madre parece darse cuenta, así que se espera hasta que estoy a su misma altura y me ofrece su mano.
Dudo un instante antes de sonreír tímidamente y aferrarme a su brazo. Una sensación nueva aparece repentinamente, y no me gusta.
Culpabilidad.
 Me siento culpable. Culpable por no acordarme de ella. Culpable porque esta mujer que está ahora mismo sujetándome me ha visto nacer, crecer y lo más imprescindible, me ha criado, me ha ayudado y me ha enseñado cosas que probablemente nadie pueda volver a hacer. Y no recuerdo nada.

Las piernas me tiemblan levemente por culpa de esta sensación.
-¿Estás bien, cariño?.-pregunta mi madre con la preocupación clavada en los ojos.
Asiento rápidamente y prosigo andando. Trato de concentrar toda mi atención en algo diferente para no volver a pensar en ello.
Llegamos al despacho. Por fin.
La señora de blanco, que supongo que es una enfermera, llama a la puerta de madera con los nudillos y posteriormente, la abre cuidadosamente.
-Adelante.-dice una voz muy grave. Obviamente de un hombre.
La enfermera, mi madre y yo entramos al despacho. Es luminoso. La luz entra notablemente a través de una gran ventana en la pared izquierda. Las paredes son blancas, lo que hace parecer el despacho más luminoso aún.
El doctor se encuentra sentado detrás de un escritorio de madera cobriza, a juego con una estantería llena de diplomas, cuadros y trofeos. Me quedo observando una fotografía de una niña en la segunda repisa de la estantería. Es pequeña, al rededor de unos siete u ocho años, rubia, con ojos claros y piel clara. Me pregunto si es su hija. Es preciosa.
-Alex-la voz grave del doctor rompe el hilo de mis pensamientos.-¿Te importa esperar afuera?
Me quedo mirándolo perpleja. Asimilo la pregunta y asiento lentamente aunque verdaderamente no quiero marcharme de aquella sala.

Cruzo de nuevo la puerta y me siento en uno de los muchos sofás que hay en el pasillo. Y espero allí tratando de no pensar demasiado.

Tras varios (bastantes) minutos, mi madre aparece por la puerta. Trato de leerle el pensamiento a través de su expresión facial, pero no dice mucho.
Me levanto del sofá, el cual se había amoldado ya a la forma de mi trasero, y me dirijo hacía ella rezando por obtener más información de la que tengo, la cual no es mucha.
Miro a mi madre con ojos expectantes y ella responde con un asentimiento.
Mi madre se acerca más a mí, me coge la cara con ambas manos y me besa la frente. Me quedo petrificada. Es la primera vez, que yo recuerde, que me hace eso. No me desagrada. Me gusta.
Me gusta su olor. Así que cuando ella se retira, yo vuelvo a acercarme y le paso mis brazos por su cintura, pegándola más hacia mí. Ella parece confundida, pero aún así, no me rechaza y me envuelve en sus finos brazos. Entierro mi cara en su pelo, tratando de inhalar lo máximo posible su fragancia.
-No son noticias malas.-dice al fin, aún con sus brazos rozándome la espalda.
Me retiro un poco de ella para mirarla a los ojos.
-Y tampoco son noticias buenas.-se contradice.
Estoy confundida. Ella parece notarlo y trata de explicármelo.
-Puede tratarse de un laguna.-dice poniéndome un mechón de pelo rebelde detrás de la oreja.-Podrías recuperar tu memoria.
Sonrío al escuchar la noticia, pero mi madre no lo hace.
-¿O?-pregunto esperando lo peor.
-O puede tratarse de una pérdida permanente-dice susurrando.-Y no poder recuperar nunca tus recuerdos.

Dice las últimas palabras desganada, sin fuerza, como si aquella frase le sacara la vida. Esa información no me coge desprevenida, ya lo sabía, siempre había existido esa posibilidad.
-Mientras tanto-dice mi madre aclarándose la voz.-el doctor me ha aconsejado que hagas vida normal, la vida que solías hacer antes del accidente; eso, a lo mejor, te ayudará a recuperarte.
Asiento levemente. Vida normal. ¿Cómo pretende que haga vida normal si tan siquiera me acuerdo de quién soy? La realidad vuelve a golpearme con tanta fuerza que mi visión se nubla, mis piernas comienzan a temblar de nuevo y mi garganta empieza a gemir por sí sola.

No entiendo lo que me pasa.

Mi madre me sujeta por el brazo, evitando que mi cuerpo se estampe contra el suelo. Me sienta de nuevo en el sofá y llama a la enfermera. Entre las dos tratan de tranquilizarme, me ofrecen agua junto a una pastilla pequeña y me la trago sin preguntar.
-Es normal este tipo de reacciones-nos explica la enfermera.-son ataques leves de ansiedad.
Mi madre sigue con su mano en mi brazo, agarrándolo con fuerza, como si temiera soltarlo. La enfermera me mira a los ojos, y luego a mi madre.
-¿Te encuentras bien?
-Ajá.-digo casi susurrando.
-Si necesitáis algo, avisadme.-dice la enfermera mientras se levanta de nuestro lado, me roza la mejilla con su mano y desaparece por el pasillo.

Mi madre y yo nos volvemos a quedar solas.
Suavemente, mi madre retira su mano de mi brazo y la apoya en mi regazo. Me viene a la mente una pregunta, así que sin dudar, la suelto.
-¿Por qué me ha pasado esto?-pregunto con un tono triste de voz.
-Insuficiencia de oxígeno al cerebro.-responde con la mirada perdida.
La miro sin comprender, ¿cuándo ha pasado eso?
-¿Recuerdas que el doctor dijo que te encontrabas en una situación muy crítica?
Asentí rápidamente.
-Pues tu corazón se paró durante unos minutos.-dice mi madre con voz temblorosa-Estuviste muerta durante dos minutos y medio aproximadamente.
Mi madre se lleva la mano a su boca, como si intentara de reprimir un grito. Me quedo mirándola estupefacta mientras una lágrima se le derrama por la mejilla. Siento un nudo enorme en mi garganta pero consigo ahogar mis lágrimas.
-Luego tu corazón volvió a bombear y volviste a respirar-sigue explicándome-pero tu cerebro se quedó un instante sin oxígeno.
Termina su explicación con un suspiro.
La nueva sensación de culpabilidad que descubrí vuelve a surgir. Debe de quererme tanto, y yo, sin embrago, no puedo quererla. Todavía.

Es cruel, pero es la realidad.

Tras un largo tiempo sentadas en el sofá, decidimos volver a levantarnos, recoger todas mis cosas del hospital y tomar rumbo hacia casa.

Me encuentro en frente de las puertas principales del hospital. Miro hacia mi madre, quien está esperando con la maleta a que yo avance. Pero me quedo helada.
Mi madre suelta la carga en el suelo, avanza hasta mí y me frota la espalda mientras me abraza.
-Comenzaremos de nuevo, cariño.-me dice susurrándome en el oído.-Nos cambiaremos de ciudad si lo deseas, comenzaremos tu padre y yo una nueva vida junto a tí.
Sacudo la cabeza.
-No.-digo segura de mi respuesta.-Mi vida está destruida, pero no os voy a destruir la vuestra.
Mi madre me mira a los ojos y me coge de los hombros.
-Alex, tu eres nuestra vida.-me dice firmemente.- Y no estás destruida, sólo desorientada.
Sonrío y la abrazo con fuerza. Ella hace lo mismo y nos quedamos durante unos segundos como estatuas mientras nos abrazamos.

-¡Alex!
Escucho una voz lejana nombrarme.
Mi madre y yo nos giramos a la vez. Reconozco a aquella persona.
El hombre avanza corriendo hacia nosotras, empuja la puerta grande principal del hospital haciendo que se abra de par en par, da dos pasos hacia mí y me envuelve entre sus enormes brazos.
Lo había reconocido por una foto que mi madre me había enseñado horas atrás.
Es mi padre.
Dudo un poco antes de rodear su cintura con mis brazos, pero finalmente lo hago. Mi madre se une al abrazo y nos quedamos en esa misma postura durante varios minutos.
Mi padre se despega el primero para darme un beso en la frente.
-Me llamo Henry Fitzgerald.-se presenta al igual que lo había hecho esa misma mañana mi madre.
-Ya lo sé-digo con una sonrisa, veo que su expresión facial cambia, así que vuelvo a hablar para no crear un malentendido.-me lo ha explicado Ángela.., mi madre.-corrijo rápidamente.
Mi padre asiente varias veces y su expresión vuelve a cambiar. Le había dado esperanzas, por un segundo Henry, mi padre, había pensando que mis recuerdos habían vuelto. La culpa...
Me estoy cansando de esa sensación.
Mi padre es el primero que rompe el silencio.
-¿Vamos a casa?-pregunta sonriendo.
Sonrío yo también y asiento.

Henry coge la maleta del suelo y se la carga al hombro, apoya la otra mano sobrante sobre mi hombro izquierdo. Mi madre me da un beso en la mejilla y me sujeta la mano.
Los tres cruzamos las puertas del hospital a la vez.

Las puertas de lo que había sido como mi tumba durante cinco interminables meses.


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