Estoy
tumbada en un sillón, apoyando mi cabeza sobre el apoyabrazos
esperando mientras obtienen el resultado de la primera prueba, una
resonancia magnética.
No
es un gran misterio, solo te introducen en un tubo cilíndrico
metálico tumbado en una camilla dura y tienes que esperar bastante
tiempo. Bastante. Aunque no tanto comparado con el tiempo que tienes
que esperar para que te den el resultado.
Me
estiro en el sillón, tratando de quitar tensión a mis músculos
contraídos. Miro hacia arriba, observo como una pequeña tela de
araña se ha formado en la esquina superior del techo, y como varias
moscas han quedado atrapadas en ella. Trato de distraerme lo máximo
que puedo, porque sino, tendré que enfrentarme a la realidad. Una
realidad desconocida y aterradora para mí.
Observo
a la mujer que está sentada al otro lado de la habitación en un
sillón idéntico al mío. Lleva el pelo recogido en un pasador, pero
algunos rizos oscuros caen irregulares sobre su espalda. Me quedo
mirándola durante bastante tiempo, pero ella no parece percatarse de
ello. Su piel morena trata de disimular las medias lunas oscuras que
están cayéndole justo debajo de ambos ojos, lo que le hace parecer
demasiado cansada.
La
sigo mirando durante más tiempo, y a pesar de las imperfecciones de
su rostro causadas por el malestar y la vejez, me veo reflejada en
ella.
Sus
ojos marrones rasgados son los míos, sus labios finos y rosados son
los míos, ¿Cómo no me voy a ver reflejada en ella?
Aquella
mujer que está sentada tristemente en el sillón esperando conmigo
el resultado de las pruebas es mi madre.
Y
lo peor es que hace unas horas ni siquiera lo sabía.
Una
señora vestida de blanco aparece por la puerta y la mujer que estaba
conmigo en la habitación, mi madre, se levanta rápidamente del
sillón.
La
señora se aclara la voz.
-Ya
están listos los resultados.-anuncia.-El doctor os espera en su
despacho, seguidme.-dice haciéndonos una señal para que vayamos con
ella.
Me
levanto lentamente pensando cada movimiento. Camino poco a poco
agarrándome de todo lo que está a mi alcance mientras avanzo.
Mi
madre parece darse cuenta, así que se espera hasta que estoy a su
misma altura y me ofrece su mano.
Dudo
un instante antes de sonreír tímidamente y aferrarme a su brazo.
Una sensación nueva aparece repentinamente, y no me gusta.
Culpabilidad.
Me siento culpable. Culpable por no acordarme de ella.
Culpable porque esta mujer que está ahora mismo sujetándome me ha
visto nacer, crecer y lo más imprescindible, me ha criado, me ha
ayudado y me ha enseñado cosas que probablemente nadie pueda volver
a hacer. Y no recuerdo nada.
Las
piernas me tiemblan levemente por culpa de esta sensación.
-¿Estás
bien, cariño?.-pregunta mi madre con la preocupación clavada en los
ojos.
Asiento
rápidamente y prosigo andando. Trato de concentrar toda mi atención
en algo diferente para no volver a pensar en ello.
Llegamos
al despacho. Por fin.
La
señora de blanco, que supongo que es una enfermera, llama a la
puerta de madera con los nudillos y posteriormente, la abre
cuidadosamente.
-Adelante.-dice
una voz muy grave. Obviamente de un hombre.
La
enfermera, mi madre y yo entramos al despacho. Es luminoso. La luz
entra notablemente a través de una gran ventana en la pared
izquierda. Las paredes son blancas, lo que hace parecer el despacho
más luminoso aún.
El
doctor se encuentra sentado detrás de un escritorio de madera
cobriza, a juego con una estantería llena de diplomas, cuadros y
trofeos. Me quedo observando una fotografía de una niña en la
segunda repisa de la estantería. Es pequeña, al rededor de unos
siete u ocho años, rubia, con ojos claros y piel clara. Me pregunto
si es su hija. Es preciosa.
-Alex-la
voz grave del doctor rompe el hilo de mis pensamientos.-¿Te importa
esperar afuera?
Me
quedo mirándolo perpleja. Asimilo la pregunta y asiento lentamente
aunque verdaderamente no quiero marcharme de aquella sala.
Cruzo
de nuevo la puerta y me siento en uno de los muchos sofás que hay en
el pasillo. Y espero allí tratando de no pensar demasiado.
Tras
varios (bastantes) minutos, mi madre aparece por la puerta. Trato de
leerle el pensamiento a través de su expresión facial, pero no dice
mucho.
Me
levanto del sofá, el cual se había amoldado ya a la forma de mi
trasero, y me dirijo hacía ella rezando por obtener más información
de la que tengo, la cual no es mucha.
Miro
a mi madre con ojos expectantes y ella responde con un asentimiento.
Mi
madre se acerca más a mí, me coge la cara con ambas manos y me besa
la frente. Me quedo petrificada. Es la primera vez, que yo recuerde,
que me hace eso. No me desagrada. Me gusta.
Me
gusta su olor. Así que cuando ella se retira, yo vuelvo a acercarme
y le paso mis brazos por su cintura, pegándola más hacia mí. Ella
parece confundida, pero aún así, no me rechaza y me envuelve en sus
finos brazos. Entierro mi cara en su pelo, tratando de inhalar lo
máximo posible su fragancia.
-No
son noticias malas.-dice al fin, aún con sus brazos rozándome la
espalda.
Me
retiro un poco de ella para mirarla a los ojos.
-Y
tampoco son noticias buenas.-se contradice.
Estoy
confundida. Ella parece notarlo y trata de explicármelo.
-Puede
tratarse de un laguna.-dice poniéndome un mechón de pelo rebelde
detrás de la oreja.-Podrías recuperar tu memoria.
Sonrío
al escuchar la noticia, pero mi madre no lo hace.
-¿O?-pregunto
esperando lo peor.
-O
puede tratarse de una pérdida permanente-dice susurrando.-Y no poder
recuperar nunca tus recuerdos.
Dice
las últimas palabras desganada, sin fuerza, como si aquella frase le
sacara la vida. Esa información no me coge desprevenida, ya lo
sabía, siempre había existido esa posibilidad.
-Mientras
tanto-dice mi madre aclarándose la voz.-el doctor me ha aconsejado
que hagas vida normal, la vida que solías hacer antes del accidente;
eso, a lo mejor, te ayudará a recuperarte.
Asiento
levemente. Vida normal. ¿Cómo pretende que haga vida normal si tan
siquiera me acuerdo de quién soy? La realidad vuelve a golpearme con
tanta fuerza que mi visión se nubla, mis piernas comienzan a temblar
de nuevo y mi garganta empieza a gemir por sí sola.
No
entiendo lo que me pasa.
Mi
madre me sujeta por el brazo, evitando que mi cuerpo se estampe
contra el suelo. Me sienta de nuevo en el sofá y llama a la
enfermera. Entre las dos tratan de tranquilizarme, me ofrecen agua
junto a una pastilla pequeña y me la trago sin preguntar.
-Es
normal este tipo de reacciones-nos explica la enfermera.-son ataques
leves de ansiedad.
Mi
madre sigue con su mano en mi brazo, agarrándolo con fuerza, como si
temiera soltarlo. La enfermera me mira a los ojos, y luego a mi
madre.
-¿Te
encuentras bien?
-Ajá.-digo
casi susurrando.
-Si
necesitáis algo, avisadme.-dice la enfermera mientras se levanta de
nuestro lado, me roza la mejilla con su mano y desaparece por el
pasillo.
Mi
madre y yo nos volvemos a quedar solas.
Suavemente,
mi madre retira su mano de mi brazo y la apoya en mi regazo. Me viene
a la mente una pregunta, así que sin dudar, la suelto.
-¿Por
qué me ha pasado esto?-pregunto con un tono triste de voz.
-Insuficiencia
de oxígeno al cerebro.-responde con la mirada perdida.
La
miro sin comprender, ¿cuándo ha pasado eso?
-¿Recuerdas
que el doctor dijo que te encontrabas en una situación muy crítica?
Asentí
rápidamente.
-Pues
tu corazón se paró durante unos minutos.-dice mi madre con voz
temblorosa-Estuviste muerta durante dos minutos y medio
aproximadamente.
Mi
madre se lleva la mano a su boca, como si intentara de reprimir un
grito. Me quedo mirándola estupefacta mientras una lágrima se le
derrama por la mejilla. Siento un nudo enorme en mi garganta pero
consigo ahogar mis lágrimas.
-Luego
tu corazón volvió a bombear y volviste a respirar-sigue
explicándome-pero tu cerebro se quedó un instante sin oxígeno.
Termina
su explicación con un suspiro.
La
nueva sensación de culpabilidad que descubrí vuelve a surgir. Debe
de quererme tanto, y yo, sin embrago, no puedo quererla. Todavía.
Es
cruel, pero es la realidad.
Tras
un largo tiempo sentadas en el sofá, decidimos volver a levantarnos,
recoger todas mis cosas del hospital y tomar rumbo hacia casa.
Me
encuentro en frente de las puertas principales del hospital. Miro
hacia mi madre, quien está esperando con la maleta a que yo avance.
Pero me quedo helada.
Mi
madre suelta la carga en el suelo, avanza hasta mí y me frota la
espalda mientras me abraza.
-Comenzaremos
de nuevo, cariño.-me dice susurrándome en el oído.-Nos cambiaremos
de ciudad si lo deseas, comenzaremos tu padre y yo una nueva vida
junto a tí.
Sacudo
la cabeza.
-No.-digo
segura de mi respuesta.-Mi vida está destruida, pero no os voy a
destruir la vuestra.
Mi
madre me mira a los ojos y me coge de los hombros.
-Alex,
tu eres nuestra vida.-me dice firmemente.- Y no estás destruida,
sólo desorientada.
Sonrío
y la abrazo con fuerza. Ella hace lo mismo y nos quedamos durante
unos segundos como estatuas mientras nos abrazamos.
-¡Alex!
Escucho
una voz lejana nombrarme.
Mi
madre y yo nos giramos a la vez. Reconozco a aquella persona.
El
hombre avanza corriendo hacia nosotras, empuja la puerta grande
principal del hospital haciendo que se abra de par en par, da dos
pasos hacia mí y me envuelve entre sus enormes brazos.
Lo
había reconocido por una foto que mi madre me había enseñado horas
atrás.
Es mi padre.
Dudo
un poco antes de rodear su cintura con mis brazos, pero finalmente lo
hago. Mi madre se une al abrazo y nos quedamos en esa misma postura
durante varios minutos.
Mi
padre se despega el primero para darme un beso en la frente.
-Me
llamo Henry Fitzgerald.-se presenta al igual que lo había hecho esa
misma mañana mi madre.
-Ya
lo sé-digo con una sonrisa, veo que su expresión facial cambia, así
que vuelvo a hablar para no crear un malentendido.-me lo ha explicado
Ángela.., mi madre.-corrijo rápidamente.
Mi
padre asiente varias veces y su expresión vuelve a cambiar. Le había
dado esperanzas, por un segundo Henry, mi padre, había pensando que
mis recuerdos habían vuelto. La culpa...
Me
estoy cansando de esa sensación.
Mi
padre es el primero que rompe el silencio.
-¿Vamos
a casa?-pregunta sonriendo.
Sonrío
yo también y asiento.
Henry
coge la maleta del suelo y se la carga al hombro, apoya la otra mano
sobrante sobre mi hombro izquierdo. Mi madre me da un beso en la
mejilla y me sujeta la mano.
Los
tres cruzamos las puertas del hospital a la vez.
Las
puertas de lo que había sido como mi tumba durante cinco
interminables meses.
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